Ya es tradición que las fuentes de recursos esenciales para la humanidad sean controladas y explotadas por quienes creen ostentar un derecho particular sobre ellas, de espaldas a todo escrúpulo moral. Una nueva y trágica vuelta de tuerca ha llevado a los capitales especulativos internacionales al mercado de los alimentos básicos. La ONU intenta hacer sonar la alarma por entre el ensordecedor ruido mediático.
El imparable desequilibrio climático, ignorado por el falaz dogma del crecimiento, la ascensión escandalosa del precio del petróleo y sus derivados, ligada desde el principio a las sucesivas guerras de Oriente Medio, la decadencia profunda del dólar como moneda refugio después de acaparar artificialmente durante décadas el monopolio financiero, la apuesta repentina e injustificada por los biocombustibles, mucho más especulativa que ecologista, el obsceno crecimiento del mercado de capitales, en aras de un falso liberalismo, la consagración de la comunicación como puro negocio y el desprecio a los últimos valores de un socialismo en retirada, son quizá los factores que con mayor incidencia convergen como caballos desbocados para desvanecer las esperanzas de un porvenir para cientos de millones de desheredados de todo el mundo.
Las consecuencias pueden ser peores de lo que apenas empezamos a constatar. En 1945 fundamos la FAO, una organización supranacional que, desde el seno de la ONU, habría de asegurar el acceso de todo el mundo a una alimentación digna, sana y sostenible. Al igual que su impotente entidad matriz, sólo alcanza a advertir con sordina de las amenazas y los desafíos humanitarios que son y ha sido desde entonces. Es escalofriante comprobar como la historia de este organismo es todo un canto a sus propios fracasos, lo que, por supuesto, no sorprende a nadie.
Aleluya, India ha dejado de ser indigente. Ahora quiere carne, motores, electrónica, petróleo y contaminación. La China de las bicicletas ha descubierto el smog y traza su esplendoroso futuro entre los rascacielos financieros. La inspiración oriental, la esperanza de los hippies se evapora en el recuerdo. Los alumnos más aplicados de las llamadas economías emergentes también se apuntan al falso progreso, y la Tierra se muere un poco más.
Las ONGs sólo han servido, en el mejor de los casos, para canalizar las iniciativas particulares más inquietas y, sobre todo, para servir de coartada a los gobiernos de todo Occidente, cuyos recursos apenas se han reconducudo hacia un gasto verdaderamente solidario, más atentos a sus fuentes de financiación. La publicidad nos ha hecho llorar de emoción muchas veces exhaltando nuestros más honrosos sentimientos y haciéndonos creer que el mundo, pese a todo, avanza ahacia una era más justa y elevada. Pero no era así. Era sólo lo que queríamos creer.
Y de nuevo, toca preocuparse. ¿Por qué? No porque no seamos capaces de digerir por más tiempo la injusticia que toleramos, no. Está claro que nuestra capacidad para mirar sin ver el infierno que inflingimos a los que no tienen voz es proverbialmentye inagotable. Si no fuera porque…porque ahora quizá sobrevenga una verdadera y cruenta guerra entre pobres y ricos, una guerra tan lógica como absurda. Tan inevitable en su estallido como evitable en su génesis.
Mintras todo este caos se desarrolla sin apenass control, los que tienen la llave de nuestros recursos, limitados pero más poderosos que nunca antes en la historia, juegan al Monopoly con una nueva regla. Vale también la comida como bien sobre el que especular. Pero no las marcas multinacionales de alimentación o de comida rápida, no. Ahora toca hacer negocio invirtiendo en arroz, maíz o trigo. Si antes fue el petróleo, usado y abusado hasta el paroxismo por los estrategas privados, titulares de derechos de explotación que nunca debieron tener, ahora es la comida básica de supervivencia. Si la agricultura sirve a las petroleras, viva la agricultura. La energía, otra vez, pero ahora a costa de la comida, de la supervivencia misma. Los desequilibrios ecológicos y la involución de culturas milenarias, perfectamente hermanadas con la naturaleza, han hecho ya hace tiempo también del agua un negocio y una tragedia.
Ya sólo nos falta que el aire que respiramos sea monopolizado y explotado por alguna multinacional. Se me olvidaba, ya existe el mercado de aire limpio, también llamado de emisiones. Los sujetos que puedan pagar por ello podrán contaminar, por lo que cabe deducir que sólo si se les paga lo suficiente, dejarán de hacerlo. Respecto de los pobres, sólo tienen derecho a respirar la polución de los demás.
“Vergüenza” es una palabra a la que solemos recurrir cuando queremos subrayar nuestra indignación. Pero también la usamos porque proteje nuestra identidad moral. Llamamos sinvergüenza a quien no tiene escrúpulos éticos. Pues yo quiero declarar aquí que, como los demás humanos beneficiarios de este progreso tan desigual, tan suicida, soy un burdo sinvergüenza.
Vaya creo que me parece Eduardo que todo esto lo he escuchado antes, precisamente aquí, justo donde estoy., México donde todo esta subsidiado igualmente privatizado y esto para favorecer a quien? A las ligas mayores donde todos esos pocos se hacen mas millonarios y el gran resto nos morimos de hambre y de los pobres ni hablar, la razón? “queremos mas porque tenemos mucho” lo poquito que nos queda., Petróleos Mexicanos esta en el filo de la navaja con un estira y afloja, “que si lo privatizamos que si no, mejor nos modernizamos o mejor lo vendemos al mejor postor”, quien da mas???? Nada más nos falta que vendan “El Ángel de la Independencia en la Ciudad de México, donde precisamente ahí se reúnen las marchas de los inconformes por tanta atrocidad e injusticia. Esto fue una breve semblanza de un País hermoso que muere un poquito cada día. Saludos a todos