Quien no se consuela…

Los banqueros se lamen sus heridas, los gobiernos rompen sus huchas, los pensionistas tiemblan, los inmigrantes emigran, los jóvenes no votan y los cerdos engordan la gripe.

Aún así, todavía se puede uno consolar si se pone a ello. Claro que nada garantiza el resultado. La inédita recesión que sufre Alemania, la más contundente desde la Segunda Guerra Mundial, parece susurrar al oído de la gran locomotora económica europea aquella vieja y patética admonición romana: “recuerda que eres mortal”. Un país que, después de su enorme tragedia, recobró la fe en sí mismo a golpe de conciencia y eficiencia ciudadana, que por fin se resarció de tan triste humillación dando lecciones de un nuevo capitalismo del bienestar social, que ha incluso sido faro de la vanguardia ecologista cuando más podía presumir de su extraordinaria industrialización, es ahora, como tantos otros, víctima y testigo del mazazo económico global. Aunque el mundo se hubiera vuelto loco, aunque la humanidad tuviera más papeletas para sucumbir que para pervivir, el mundo moderno era, hasta hace poco, orwelianamente feliz. Unos consumían compulsivamente, mientras otros se consumían. Se destruía para poder construir. Se tiraba para poder producir. Y todos aspiraban a la nueva aristocracia de la modernidad, la ciudadanía consumista, segura y pasiva, otro eco del romano pan y circo, por la que todo valía la pena.

Manifestación del RentnerinenP und Rentneren Partei (Partido de las pensionistas y los pensionistas (
Manifestación del RPP (Partido de los jubilados)

Pero ahora que parece que todo el mundo se ha vuelto socialista, al menos mientras dura la penuria, ahora que en todas partes se apela al estado para que acabe con el mayor de los horrores de nuestro tiempo, la incertidumbre, la inseguridad, un sudor frío recorre Occidente. Unos hacen virtuales viajes a las playas de Hawai, como los jóvenes surferos del Englische Garten de Munich mientras otros, cómo el nuevo partido de los jubilados alemanes levantan sus pancartas al grito de “Milliarden für die Banken, die Renten lasst ihr kranken” (“Dáis millones a los bancos y dejáis que enfermen las pensiones”), reconfortados por el agradable sonido de la queja justa, colectiva, valiente, aunque quién sabe, quizá inútil.

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