El Senado rumano pretende regular la información para que las noticias malas no dominen siempre sobre las buenas
Por supuesto, la prensa, constituida como el gremio defensor de la democracia y la civilización, se ha puesto en pie de guerra en bloque contra la ley que se pretende aprobar en Rumanía. Sin embargo, no parece que se preocupe mucho por el fondo de la cuestión, que no es otro que el hecho cierto, indiscutible, de que la prensa, en su crítica función de selector de la realidad publicada diariamente, prefiere hacerse eco de las malas noticias a difundir las buenas. ¿Por qué? Porque así lo exigen los “serios” principios profesionales que todo periodista ha de aprender de sus maestros y de sus textos de referencia. La negatividad es un criterio constante, entre otros, para considerar más o menos noticiable, y por ello, publicable, un acontecimiento.
Está claro que el fundamento de esta perversión es la psicología misma del lector-oyente-espectador, por la sensibilidad que todos tenemos hacia lo morboso. Siempre han existido publicaciones basadas en sucesos de violencia y agresión, como nuestro inefable El Caso o como tantas otras publicaciones sensacionalistas, que aprovechan esta debilidad natural, arraigada sobre uno de nuestros atavismos más universales, el miedo, para vender ejemplares.
Lo malo es que, ya hace mucho, que cualquier medio, por serio que sea, y por supuesto la televisión, explota el morbo por el morbo de lo negativo, lo conflictivo y lo violento como medio habitual para conquistar públicos y audiencias. A costa, naturalmente, de la objetividad y de una descripción más equilibrada de nuestro entorno. Y no me refiero, claro, a las necesarias y, curiosamente, escasas denuncias de los profundos males de nuestro sistema socioeconómico. El cambio climático no hubiera llegado, quizá, si los gatekeepers de turno se hubieran dedicado a publicar noticias que alarmaran a tiempo a tantos ciudadanos que, de buena fe, confiaban en sus gobernantes para manejar el futuro de todos.
Así que, señores periodistas, no nos rasguemos las vestiduras porque un parlamento decida que nos dejemos de amarillismo barato, de la sangre por la sangre, del suceso por el suceso, y nos dediquemos, para variar, a informar sobre la realidad. Y si no es ese el camino ideal, trácese uno más adecuado que la mera paridad obligatoria, pero no presumamos de lo que no podemos, ni nos pogamos repentinamente dignos.
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