Las burbujas inmobiliaria y financiera se pinchan con la crisis global y dejan a los alcaldes sin su estrategia favorita y con la deuda al aire
Es curioso pero parece como si, durante las últimas décadas, muchos alcaldes de nuestras ciudades, sobretodo de las más grandes, se hubieran aficionado a jugar al Sim City, ese gran clásico de los videojuegos de Electronics Arts, aunque con la enorme diferencia de hacerlo con la ciudad real que administran. Para los que no lo conozcan, baste con explicar el juego Sim City es un simulador de ciudades, es decir un ingenio visual interactivo capaz de recrear con un realismo más que digno el desarrollo de una urbe moderna, desde su fundación hasta los confines del futuro, bajo la influencia más o menos bienhechora del jugador, cuyo rol no es otro que el de alcalde.
Una vez conseguido que la ciudad merezca tal nombre y deje de ser un pequeño pueblo, señal de que estamos en el buen camino, nuestra única preocupación en el juego será lograr cierto equilibrio en las cuentas anuales. El florecimiento urbano más o menos automático hará que nuestros ingresos fiscales aumenten pero también aumentarán las demandas de servicios e infrestructuras y, por tanto, inversiones y gastos también crecerán.
Si obramos con inteligencia, comprendiendo los mecanismos que desatan la ambición de la iniciativa privada, descubriremos un ingenioso truco y alcanzaremos un momento dulce en el juego, que nos permitirá crecer constantemente con sólo repetir cierto módulo de urbanización, una mezcla precisa de recalificación con infraestructuras, tantas veces como queramos extender la superficie de nuestra ciudad. Los sims, habitantes virtuales de Sim City reaccionarán poblando la zona y, si la composición urbanística es la adecuada, el balance de ingresos y gastos del nuevo barrio arrojará un cierto superávit. Repetir muchas veces esta fórmula nos conducirá, poco a poco, hacia la gran urbe con que todo alcalde sueña. Moderna, rica y capaz de las aventuras urbanísticas más ambiciosas.
Pero los que han jugado alguna vez saben de la dificultad de sacar adelante la ciudad sin que acabe estrangulada por los apuros financieros que, casi invariablemente, termina por provocar el crecimiento poco controlado y el exceso de confianza. Tarde o temprano, las inversiones demasiado rápidas o demasiado elevadas nos obligarán a huir hacia adelante, para paliar nuestras pérdidas mediante nuevas ampliaciones ubanísticas. Elegiremos crecer antes que retroceder y la cantidad nos acabrá alejando de la calidad. Ello nos llevará a nuevas e imprevistas demandas de servicios y soluciones que apenas lograremos satisfacer mientras nuestras finanzas galopan inevitablemente hacia la insolvencia. Exactamente tal como les ocurre a nuestros alcaldes de carne y hueso con nuestras ciudades de ladrillo y acero.
Con Madrid como caso paradigmático, las ciudades españolas encontraron una fórmula de gran eficacia, últimamente estructurada bajo la denominación PAU (Programa de Actuación Urbanística) que parecía poder funcionar ilimitadamente:
- Creación de vía de comunicación e infraestructuras básicas, o sea, una m40, m50, m45, etc.
- Recalificación del suelo. Un PAU como Sanchinarro, Valdecarros, Carabanchel, etc
- Concertación de centro comercial gigante con sus correspondientes Carrefour, Leroy Merlin, Hipercor, etc.
Los promotores inmobiliarios harán inmediatamente su parte con la financiación del sector bancario, por supuesto. Eso incluirá cientos de viviendas tipo bloque-cerrado-con-piscina-y-garaje, algunas construcciones de uso público que irán incluidas en el mismo paquete, como un polideportivo estándar, por ejemplo. Se cuidará, eso sí, que haya un dcierto déficit de plazas de aparcamiento, para que la tasa de ingresos por multas también esté asegurada y,por supuesto, los promotores no olvidarán convertir materiales de deshecho, vertederos y espacios no edificados en sucedáneo de parques, para que no falte de nada.
Puesto que el módulo de expansión ya está probado y arroja superávit, en cuestión de meses, tenemos un nuevo barrio y una cuantiosa suma añadida a los ingresos corrientes de la municipalidad. La clave está en renunciar definitivamente, por un lado, al desarrollo paulatino y natural del tejido residencial, comercial y de servicios del barrio, algo que en el pasado hacía imposible una irrupción vertiginosa e integral de un nuevo trozo de ciudad de la noche a la mañana, y por otro, a la biodiversidad urbana. Cada nuevo barrio es idéntico a al anterior, incluidos los equipamientos y hasta las marcas de las franquicias. Si un vecino cambia de barrio, podrá consumir exactamente las mismas cosas y en los mismos establecimientos.
Para el juego Sim City, la estrategia no está mal, aunque quizá algo aburrida, hasta que el volumen y extensión de la ciudad plantea nuevos desafíos cuya atención puede amenazar el superavit. Para una ciudad real el problema es que el invento puede venirse abajo trágicamente si alguna de sus patas se quiebra o no se contemplan adecuadamente las posibles contingencias. No es difícil imaginar el efecto que el crash inmobiliario y financiero ha provocado sobre este hipertrofiado y desenfrenado esquema.
Volviendo al ejemplo de Madrid, a Ruiz Gallardón le ha explotado la deuda en la cara porque los sims no piensan cosntruir, que tienen una crisis que no veas, las olimpiadas se le han escapado y las obras más caras de la historia de la ciudad, un módulo que equivale a muchos “paus” a la vez, ya estaban prácticamente terminadas, eso sí, con una desviación sobre el presupuesto descomunal. El alcalde madrileño había dicho que el proyecto llamado Madrid Rio traerá “una Castellana ecológica que cruzará Madrid e integrará los barrios de ambas riberas”. Nada menos que una “Castellana”, nombre de la que es una de las avenidas más caras de España. Es fácil deducir el nivel de ingresos fiscales que se esperaba pudiera aportar.
De momento, hasta que amanezca una nueva etapa de alegría inversora y, dadas las circunstancias, ojalá que tarde en suceder, los madrileños, junto con los ciudadanos de multitud de otras urbes españolas, tendremos que pagar durante muchos años, con multas, parquímetros e impuestos desorbitados, los excesos de una estrategia que nada tenía de inteligente. Indignados alcaldes pueden reclamar al Gobierno más apoyo financiero esgrimiendo las funciones sociales de los Ayuntamientos, pero antes solo se invitó a la mesa de los proyectos a la empresa privada. Y ahora ¿quié pagará el desastre? Porque nuestra vida no es un videojuego no nosotros somos sims.
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