Cuando el crecimiento peligra, todas las alarmas se disparan. Parece que dejar de crecer amenaza todas nuestras esperanzas. Aunque es la ideología liberal y conservadora la que con más ardor defiende la idea de que sin crecimiento no hay progreso, la izquierda política moderada parece haber aceptado esta postura como principio indiscutible. La ceguera que se desprende de esta situación puede estar detrás de casi todas las tragedias causadas por nuestra desbocada carrera hacia la ruina planetaria.
En economía, llámase crecimiento al fenómeno por el cual se incrementan los intercambios comerciales o su importe agregado.
En general, es un concepto asociado al aumento de consumo y de producción. Una de las más abundadas justificaciones para defender esta teoría es la de que el crecimiento crea empleo, o sea, destruye desempleo. El paro se ha convertido en estructural, es decir, forma parte del sistema, desde la crisis energética de 1973 , lo que ha permitido a la economía neoliberal incidir en nuestra sociedad, con su permanente dosis de crecimiento, durante más de 30 años. Pese a las expectativas, el paro ha aumentado y nada hace pensar que el dichoso crecimiento vaya a hacer nada para impedir su pertinaz consolidación.
El Jahre Viking, el petrolero mayor del mundo en 2008
Pero las consecuencias del sostenido crecimiento económico sí se han notado en otros aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, el planeta se consume a una velocidad insostenible. El término sostenibilidad, hoy ampliamente difundido, se ha acuñado con años de retraso sobre las primeras advertencias serias publicadas sobre el tema. En 1972, el Club de Roma edita “Los límites de crecimiento” , donde se alerta sobre un desarrollo insostenible que acabe por destruir el progreso alcanzado en los países desarrollados y amenace el futuro, aún lejano, de las sociedades subdesarrolladas. 20 años más tarde se publicará “Más alllá de los límites del crecimiento“.
Un título ciertamente inquietante que evidencia el fracaso del anterior. Por desgracia, aún se ha editado una nueva secuela, “Los límites del crecimiento: 30 años después” Entre tanto, hemos conocido cumbres de la Tierra , kiotos , agendas y toda suerte de conciliábulos y meditaderos sobre nuestra mala cabeza. Pero, hasta ahora, el resultado de nuestra sesuda concienciación ha sido, por un lado, aumentar más aún el crecimiento con sus catastróficas consecuencias climáticas, medioambientales, alimentarias , etc., y lo que es peor, traspasar una línea de no retorno sin pestañear, como si con nosotros no fuera la cosa.
A pesar de todas las evidencias, todavía podemos ver a nuestro alrededor verdaderos luchadores en defensa del crecimiento y en contra de cuantas teorías se alcen contra el sistema ultracapitalista establecido. Cabría pensar que este tipo de “ideólogo” ha de encontrarse entre banqueros, petroleros o grandes especuladores, pero lo más triste es que los podemos hallar entre las propias víctimas. Un tal Jorge Alcalde, por ejemplo, escribe en Libertad Digital, con toda convicción y la máxima panoplia retórica, despotricando contra todos los demagogos que en el mundo somos, concluyendo con un insensato
La humanidad tiene derecho a alcanzar su propia prosperidad.
Jorge Alcalde
Chúpate esa. Entre un banner de Telefónica y otro de Iberdrola, empresas ecoejemplares, como todo el mundo sabe, este atrincherado del capitalismo más rancio, pinta un mundo que ya sólo existe en su trasnochada imaginación. Ojalá nunca tenga que lamentarlo. Aunque me temo que le será difícil. Pero el suyo es solo un ejemplo, y eso es lo grave.
De una vez por todas, crecimiento no es desarrollo ni progreso. No tiene por qué serlo. El crecimiento es sólo la expresión de nuestra carrera por acumular, la manifestación del único fruto de la revolución indiustrial, la cantidad por la cantidad. Hace ya muchos años que sabemos que la calidad no es proporcional a la cantidad.
Debemos encontrar la esencia de nuestras verdaderas demandas, siempre insatisfechas por el círculo vicioso del consumismo. Quizá entonces comencemos a dar valor a la verdadera riqueza. De esa riqueza, la del desarrollo sostenible, la del perfeccionamiento de nuestra sociedad, no la de su crecimiento, habremos de beneficiarnos todos, los que hoy vivimos, y también nuestros descendientes. Ojalá.
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