La pugna por declararlo éxito o fracaso desde su primer día puede impedir la reflexión que debe acompañar un experimento urbano con vocación de futuro
De movilidad y otras innovaciones madrileñas
Primero, a los agentes municipales de tráfico se les llamó, “agentes de movilidad”, porque el gran objetivo urbano era poder moverse mejor. Con sus flamantes uniformes nuevos invadieron calles y plazas para acabar haciendo lo que siempre se hizo: vigilar y multar, eso sí, ahorrándonos un dinero en innecesarias y peligrosas armas de fuego. En cuanto a la movilidad, lo único que se movió fue el importe de algunas multas. Luego, nació (mejor dicho, renació) el Estacionamiento Regulado, verde y azul, para disuadir a los ciudadanos de usar el coche en el saturado centro. Un ejército de vigilantes, muchos salidos de los excedentes de la EMT, donde cobrador y conductor se habían hecho uno, apoyados por una infraestructura tecnológica sin precedentes (las famosas máquinas parquímetro) acabaron siendo el aparato recaudatorio más exitoso de todos cuantos lo han sido en lo municipal y, claro, del centro se extendió al resto de la ciudad como una mancha de aceite (ha acabado, incluso, por crear escuela hasta en municipios minúsculos, aunque todavía hay clases y en Madrid ya tenemos hasta coches multadores automáticos). Todo sea por gozar de una ciudad sin excesos de tráfico, aunque aún no lo hayan visto nuestros ojos, excepto en agosto.
Y ahora, Madrid Central
Ahora, aunque muy tarde, suenan las alarmas del cambio climático y, con ellas, se abre la veda a las medidas anticontaminación, sin miedo a perder votos (se ve que la llamada boina marrón madrileña que desde hace décadas se divisa desde la sierra no debía ser antes más que un sano efluvio perfumado). La siempre ingeniosa labor de nuestros regidores municipales, empeñados en no mirar nunca atrás ni aprender de los errores, nos obsequia ahora, no con la movilidad prometida por los transportes públicos del futuro (al menos los llamábamos así en los años sesenta cuando apenas los imaginábamos), sino con algo verdaderamente revolucionario y, por supuesto, muy progresista, como corresponde. Atado por su rutilante lazo en forma de doble franja roja, nace Madrid Central.
Ante ese gran hito, los madrileños, siempre dispuestos a hablar de aquello que nos toca más de cerca, y según nos toque, nos lanzamos a esas discusiones tan nuestras, consistentes en alinearnos en favor o en contra. En cuanto al fondo de la cuestión, y a falta de un debate más profundo, el tiempo dirá y la contabilidad municipal dispondrá.
Veamos. En principio, parece que la cosa va de poner freno a la contaminación, pero el simple sentido común nos dice que eso debiera hacerse reduciendo las emisiones, no empujándolas al exterior del perímetro del centro de la ciudad. De acuerdo con que a partir del 2025 comienza la cuenta atrás para los motores de combustión en todo Madrid y eso nos irá limpiando el aire. Pero mientras tanto, el genial invento de Madrid Central invita a los ciudadanos que no residan dentro de sus límites a optar entre conducir un vehículo eléctrico que, éste sí, será bienvenido a la zona cero del bienestar urbano, utilizar un transporte público, caminar o usar bicicleta o similares.
Pero, ¿de qué estamos hablando?
Además de ignorar la muy discutible sostenibilidad de la electrificación de millones de automóviles de nuestras ciudades y la desigualdad de oportunidades manifiesta con que se encuentra el ciudadano para costearse la compra o el alquiler de un coche eléctrico, parece que se nos ha olvidado lo de la movilidad. O ¿es que los coches eléctricos son inmateriales y no ocupan lugar? Y en cuanto al transporte público, ¿de qué estamos hablando? Al margen de consideraciones corporativistas y reivindicativas del gremio, ¿podemos realmente considerar el taxi un transporte público? Llaman mucho la atención unas palabras que la alcaldesa Carmena deslizó, durante una entrevista en Onda Cero con Julia Otero, el día del gran estreno. Creo que ella misma ignoró el enorme peso de las mismas:
Carmena: “Es muy absurdo que una sola persona desplace toda una máquina para ir de un sitio a otro”
Resulta grotesco lo que nos muestra la foto publicada por el país al día siguiente del inicio de Madrid Central, bajo el sorprendente título que tras 24 horas de su estreno califica a Madrid Central como de éxito cívico. Filas interminables de taxis, no sabemos si ocupados o libres (seguro que no compartidos tal como existen en mucho países menos desarrollados), y apenas ningún transporte colectivo. Mientras tanto, Luxemburgo acaba de convertirse en el primer país donde se decide la inmediata gratuidad del transporte público como medida anticontaminación. Claro que no se trata de los taxis, sino de autobuses y de los estupendos tranvías (ese vehículo que parece haber sido extirpado de la mente de los regidores madrileños).
Si de verdad queremos adoptar un nuevo modo de entender la movilidad en Madrid, no hay otro camino que dar un giro de ciento ochenta grados a las prioridades sagradas de nuestros municipios, a saber, la inmensa recaudación a costa del vehículo privado y la protección a ultranza del statu quo del gremio del taxi, muy respetable, pero distante del espíritu de un transporte público sostenible.
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