¿Si lo sabíais, por qué no lo evitasteis?

Hace 45 años que un grupo selecto de analistas hicieron sonar las alarmas ante el peligro de colapso planetario provocado por el rumbo de nuestra civilización, basado en el crecimiento constante. Tras numerosas nuevas apelaciones, parece que nada ni nadie es capaz de dar un golpe de timón que abandone el crecimiento como motor de un sistema insostenible.

El pobre Maltus, a finales del siglo XVIII, ya estaba preocupado por el crecimiento insostenible de la población. El gran Alexander Von Humboldt, por la misma época, advirtió al mundo de la peligrosa influencia que el ser humano podía ejercer sobre el entorno natural, cuando aún Ernst Haeckel no había acuñado la palabra ecología.

Después, el mundo sufrió transformaciones gigantescas. Un nuevo universo de adelantos, de productos sin cuento, máquinas poderosas y sueños hechos realidad. El progreso, la palabra mágica, se colaba en la conciencia de la humanidad. El futuro prometía ser mucho mejor que el pasado.

Pero poco a poco, el monstruo de la superproducción y del consumo, acelerado hasta la locura a partir de la eclosión televisiva de los años cincuenta del siglo XX, fue sembrando bajo los pies de nuestras ilusiones la semilla destructiva que hoy ofrece sus amargos frutos de agotamiento de recursos, deterioro del ecosistema, cambio climático, desaparición de especies…toda una galería de los horrores que, hoy, apenas sabemos cómo detener.

Lo triste, lo que hace que muchos sintamos una honda decepción, es que nuestra civilización no ha sabido, querido o podido reaccionar ante lo que sabíamos desde hace muchas décadas que se nos venía encima.

El Club de Roma encargó, en 1970, antes incluso de la primera crisis del petróleo, un informe sobre el impacto y la proyección que el crecimiento económico tenía sobre la Tierra. Un grupo de científicos destacados, convocados por el MIT, se pusieron manos a la obra. El resultado fue un estremecedor informe que, bajo el título “Los Límites del crecimiento” (The Limits to Growth), daba la voz de alarma sobre las consecuencias de nuestro sistema si no se tomaban medidas inmediatas.

Si alguna reacción hubo, fue la más profunda nada.

Pasados 22 años desde ese aviso, el Club de Roma encargó un nuevo informe para saber dónde estábamos exactamente. Lamentablemente, no hubo ninguna sorpresa. El título del nuevo trabajo no dejaba lugar a dudas: “Más allá de los límites del crecimiento” (Beyond the Limits).

Pero, al parecer, el sistema había fabricado ya anticuerpos muy resistentes a cualquier intento de frenar su infeccioso ciclo y hoy, pasados 13 años de un tercer informe publicado en 2004 bajo el resignado título “Los Límites de crecimiento, 30 años después” (Limits of Growth, The 30-year Update), bordeamos el abismo que hemos abierto frente a nosotros mismos.

Ignoro si aún constataremos una nueva revisión del viejo informe del Club de Roma, por otra parte una gota en un mar de advertencias sobrevenidas en los últimos años, pero de lo que estoy seguro es de que ya hemos empezado a pagar las consecuencias que anunció, y que éstas irán a más, y que me gustaría que nuestros nietos, si nuestros hijos ya no pueden, se sientan orgullosos de una tardía pero obstinada lucha de sus mayores para enmendar un error mayúsculo. El error de creer que crecimiento es progreso y que la Tierra y la Naturaleza soportan cualquier exceso.

Ecología significa algo así como el estudio del hogar. Pero es un hogar mucho mayor del que delimitan nuestros mezquinos enfrentamientos políticos, económicos o ideológicos locales, a menudo tan crueles como estériles, pero un hogar común, lo queramos o no. Esperemos que aún sepamos lo que nos conviene.

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