Los ejecutivos cuyas aventuras sacuden la economía mundial, amasan su fortuna a salvo de las desgracia que su gestión especulativa pueda haber provocado.
No son los primeros, ni los únicos, ni supone sorpresa alguna para nadie. Hace ya tiempo que son práctica habitual los contratos blindados para los altos ejecutivos de las grandes corporaciones empresariales y financieras. Pero quizá hoy cuando las consecuencias de sus aventuras amenazan con arrasar los cimientos mismos de la economía, logren escandalizar lo suficiente para que se abra paso un rechazo social capaz de cambiar las cosas. Quizá.
Pero no son estos afortunados náufragos de oro, tan sólo jugadores de ventaja profesionales, los verdaderos culpables de que esta obscenidad haya proliferado tanto. La prueba es que no se alza ni una sola voz entre los líderes políticos y económicos contra ellos. La realidad es que el sistema financiero mundial ha venido desarrollándose desde la década de los ochenta del pasado siglo sobre la peligrosa e improductiva vía de la especulación más temeraria con la complacencia y el aplauso de casi todos los actores implicados, tanto más cuanto más ingenio se pusiera en este comercio del humo, de la burbuja, de las altas finanzas. Tan altas que nadie alcanza a saber con certeza que valor real representan en la sociedad. Lo único cierto es que se juega con el dinero, muy real, de los millones de ignorantes que no tenemos por qué saber lo que se esconde detrás de la críptica jerga de los mercados globales.
La Bolsa ha sido siempre un cruce de apuestas más relacionadas con el juego que con el compromiso serio y reflexivo del capital con la empresa. Durante muchos años, pese a ello, el patrimonio de una sociedad ha estado ligado a su capacidad de dar buenos resultados, a su competitividad real. y su valor bursátil ha corrido en paralelo. Pero la ingeniería financiera, desatada a raíz de la globalización, fue, poco a poco promoviendo un giro sutil pero de gran trascendencia. Las empresas volvieron la cabeza hacia los inversores del mercado de valores aún a costa de sus mercados y clientelas naturales. Descubrieron un procedimiento mucho más rápido para agrandar su patrimonio y enriquecerse sin necesidad de crecer. Aumentar su valor en bolsa como fuera. No importa cómo. Esa era la consigna.
En ese nuevo contexto cultural de la economía, nada encontró mejor acomodo que un nuevo gran invento, perverso desde su nacimiento, el mercado de derivados. Un nueva mesa de ruleta se inauguraba a bombo y platillo en el “gran casino”. Consistente en cruzar apuestas hoy sobre la marcha futura de valores ajenos. Nada de inversión, sino pura especulación. Enormes apuestas con muy poco dinero en base a complejas fórmulas de apalancamiento, aval y crédito, a su vez compradas y vendidas mientras fluctúan los valores sobre los que se especula. Primero fueron las materias primas, luego acciones de todo tipo y finalmente los mismos activos financieros los objetos de tal locura especulativa. Warren Buffet, el hombre más rico del mundo, uno de los más exitosos inversores de los últimos tiempos reconoció en una reciente entrevista que “los derivados son armas de destrucción masiva”.
Pero que nadie se engañe. No parece que nada vaya a cambiar. Ni el G8 ni el Eurogrupo ni el FMI ni ningún otro actor relevante está hablando de abolir el mercado especulativo.
Todo esto explica la asombrosa y cruda realidad por la que, por tan solo un puñado de hipotecas impagadas en los Estados Unidos, tengan los bancos centrales de todo el mundo que poner dinero en circulación a espuertas y los Estados que sentarse en los consejos de administración de las entidades financieras, antes de que la bancarrota en cadena colapse todo el sistema.
Pero que nadie se engañe. No parece que nada vaya a cambiar. Se controlarán mejor los valores con los que se juega, con más rigor, seguramente. Los jugadores se harán más precavidos. Pero ni el G8 ni el Eurogrupo ni el FMI ni ningún otro actor relevante está hablando de abolir el mercado especulativo. Aunque todos sabemos ya que es el juego más alocado y peligroso del capitalismo moderno, además de indecente frente a las necesidades reales de los países del tercer mundo, nada parece indicar que vayamos a sacrificarlo. Al contrario, las medidas que se anuncian no son más que oxígeno para que el enfermo vuelva a respirar.
Nada mejor que el humor bien entendido para evidenciar una tragedia. Hace ya algún tiempo, cuando la tormenta sólo era un aguacero, el programa de televisión “The South Bank Show“, de la convulsionada cadena británica ITV presentó ofreció un sketch impagable de John Fortune y John Bird, pareja de humoristas conocidos como “The Long Johns” acerca de la crisis de las “subprime“, que tras un espectacular efecto mariposa ha sido reconvertida a crisis financiera mundial. Es absolutamente didáctico y capaz, por sí solo, de explicar lo inexplicable.
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