La crisis pone bajo los focos los abusos de un sistema capitalista desorbitado y acaba con una ceguera social de décadas
Ayer, en España, saltaba la “noticia” de que las pequeñas empresas pagaban sus créditos a precios muy superiores a los que tenían que afrontar las grandes corporaciones. Es decir, que sucede lo que siempre sucedió. La desigualdad económica se realimenta como siempre lo hizo.
Llevamos muchos meses entrándonos de que los bancos abusan de su posición de privilegio sin reparar en los perjuicios sin fin que causan en tantas familias. Nada nuevo bajo el sol. La banca es un oligopolio opaco e incomprensible para los mortalitos vulgares.
Nos frotamos los ojos cuando vemos que los sueldos y prebendas de los altos ejecutivos de las grandes corporaciones son estratosféricos, alejados abismalmente de los ingresos medios de los ciudadanos. Ninguna novedad. Los excedentes de las grandes empresas rara vez han revertido en beneficio general.
Políticos corruptos por doquier. Partidos políticos cuyo electoralismo profesionalizado les aleja de su misión. Burocracia insostenible e ineficaz. La cosa pública no funciona. Tampoco esto ha brotado repentinamente.
Escandalosas revelaciones sobre Internet. La flamante sociedad globalizada en red muestran su rostro más temible. La privacidad está hipotecada sin posibilidad de retorno y puesta en manos de poderes incontrolados. Desde sus albores, fuimos confiando a un puñado de grupos económicos la red llamada a convertirse en la esencia de nuestras comunicaciones. Luego no hemos hecho más que alimentar el monstruo.
Las crecientes grietas en el edificio social no son nuevas . ¿Cómo pensábamos que habría que acabar pagando los desmanes de una espiral financiera sin fin?
El estado del bienestar se derrumba. Los recortes omnipresentes llevan a la precariedad la educación, la sanidad, las infraestructuras. Las crecientes grietas en el edificio social no son nuevas ¿Cómo pensábamos que habría que acabar pagando los desmanes de una espiral financiera sin fin?
Es revelador que la profunda y pertinaz crisis, que tanta zozobra ha traído a tanta gente, ha conseguido que millones de miradas se vuelvan, como no lo hicieron desde hace muchas décadas, hacia esos rasgos tan propios del sistema que impera desde principios de los años ochenta. Vicios nada ocultos, previsibles, consecuencia de las disfunciones de una sociedad remisa a someterse a la autocrítica permanente. Enfermedades sociales que, por usuales y prevalentes, se habían vuelto invisibles.
La niebla informativa que ha acompañado los años de bonanza consiguió envolver abusos que, por repetidos, pasaban por inocuos, pero que siempre fueron el síntoma evidente de un sistema desorbitado y perverso. Parece que el sufrimiento que la crisis ha traído está, al menos, abriéndonos los ojos.
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