Cientos de miles de personas cuyos nombres, profesiones, amigos, familias, trabajos, casas, propiedades y toda seña de identidad han sido borrados de la sociedad son diariamente olvidados, mientras clamamos por la libertad de los pueblos y cacareamos, como propia, la palabra democracia.
Somos demócratas. Odiamos la dictadura. Porque amamos la libertad sobre todas las cosas. Sufrimos cuando contemplamos la falta de oportunidades de cubanos, haitianos, saharauis, palestinos, coreanos, tunecinos, egipcios, venezolanos o tibetanos. Pobres. Tenemos la inmensa suerte de vivir donde los ciudadanos emergieron de la oscuridad del viejo régimen para ganar, por fin, la libertad, la justicia, la democracia. Tenemos tanta suerte que podemos, incluso, enseñar a los pueblos que, perdidos, ignoran el camino de la perfección.
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