“En estos momentos, la lucha contra la piratería informativa y cultural es una exigencia perentoria, tanto como lo fue en su día erradicarla de los mares para garantizar la seguridad de las rutas marítimas y el libre comercio entre las naciones.” J.L.Rodríguez Zapatero 5-06-2010
Cuando los gobernantes, desde las tribunas reservadas a supuestos líderes intelectuales, son portavoces del pensamiento único – reivindico esta expresión precisamente por su repentino y unánime desuso -, uno se pregunta qué debe hacer una sociedad para regirse por quien tiene el talento necesario y no por el “empleado del mes” de esos enormes aparatos del marketing que son los partidos políticos.
El reciente discurso de Zapatero, a quien la maquinaria electoral se apresta ya a sustituir como concesionario del poder y la gloria mediática, no es más que un ejemplo. Inauguraba el presidente español el “Encuentro Europeo de Medios de Comunicación”, uno de esos foros con que se aburren y entretienen a partes iguales los ejecutivos con la excusa de reflexionar para el bien de todos. En esta ocasión era la proverbial crisis de los medios el eje del cónclave.
La propiedad intelectual y sus circunstanciass copaba, como de costumbre, esos lugares comunes donde se amontonan los debates atascados. Zapatero obsequió a los presentes con un discursito cuajado de tópicos afines a la causa, como corresponde a un buen inaugurador. Como remate, con una joya de la filosofía moderna que ni los más fundamentalistas de esgaes diversos se atreverían a decir. No por discrepancia, ya que, al fin y al cabo, fueron ellos quienes eligieron el vocablo piratería para designar algo tan distante como el uso irregular de las ideas de otros, sino precisamente porque saben que tan simple y desnuda equiparación, tal como la enunció el presidente Zapatero, puede bordear el chiste malo, y eso, claro, no es lo que se busca.
Cuando la reflexión, la lenta y a menudo frustrante reflexión, se sustituye por chispazos retóricos más o menos efectistas, tal como exigen los ingenieros de la opinión pública, esos maquiavelos que reparten el poder de nuestro tiempo, se incita a que los juegos de palabras sustituyan al pensamiento. Y lo que es peor, se abre la veda a los tahures del lenguaje, a quienes trastocan las palabras, como hábiles trileros, para acabar por esconder su verdadero significado.
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