Liberales con escafandra

La obsesiva crítica a las medidas anticrisis del Gobierno de los que se dicen más liberales revela una paradójica atención al poder público y el reconocimiento implícito de su importancia como actor socioeconómico.

No le quitan ojo. El gobierno español, gracias a sus conocidos pronunciamientos de izquierdas, se ha convertido en su diana preferida. La de todos cuantos defienden las bondades del mercado. Tertulianos que pontifican sin rubor sobre la economía mundial, políticos conservadores atrapados entre sus ideas obsoletas y la nada, empresarios que se tambalean tras años de bonanza sin fin y en general, y cuantos temen reconocer el fracaso del paradigma del mal llamado libre mercado, apenas apartan sus focos del apurado ejecutivo.

Han encontrado en un desbordado gobierno, que apenas logra paliar las consecuencias de una caída desde alturas que se escalaron sin prudencia ni medida, el blanco perfecto donde estrellar su impotencia. Porque la crisis azota sin piedad las previsiones de la política neoliberal de las últimas décadas. Porque se su propia crisis. Quedan lejos las promesas de riqueza para todos que una globalización integral de la economía iba a precipitar sobre a la humanidad del siglo XXI.

Pero, por desgracia, son muy pocos los que se han caído del caballo. Aferrados a sus micrófonos y rotativas amigas, a la religión del crecimiento y a su glorioso pasado, acusan al Gobierno, supuestamente socialista, de no saber resolver la crisis o de empeorarla si cabe. Fuego a discreción. No hay tregua para la indignación.

Ellos lo hubieran resuelto mejor. Porque ellos, los neoliberales, saben muy bien lo que hay que hacer, que la crisis, no vino por su doctrina sino por algún incauto izquierdoso que debió colarse en Lehmann y en otros santos lugares. En España, clandestinos socialistas, a buen seguro, debieron boicotear el armónico y muy sostenible desarrollo socioeconómico que con tanto mimo habían promovido los especuladores inmobiliarios, la banca  y las administrciones valenciana o madrileña, por poner un ejemplo.

Los neoliberales, saben muy bien lo que hay que hacer, que la crisis, no vino por su doctrina sino por algún incauto izquierdoso que debió colarse en Lehmann y en otros santos lugares.

¿Por qué no hacer una crítica honesta al mundo empresarial, al mercado que, tal como había venido evolucionando, nos ha llevado a esto? El paro estructural, de más de cuarenta años de antigüedad, sigue sin resolverse. Las desigualdades entre los pueblos han aumentado. La crisis energética, cuyo primer aldabonazo data de los años setenta, es cada vez más acusada. La salud, la educación, el estado del bienestar no han mejorado. El terrorismo, las hambrunas, la contaminación, el racismo y el miedo al futuro han aumentado. ¿Por qué no fijar el análisis en los errores cometidos por un sistema que no funciona bien?

Perpectivas económicas por países del FMI

El Gobierno no sabe arreglar el desaguisado, de acuerdo. Pero ni la política fiscal, ni los presupuestos generales, ni las medidas excepcionales, ni las acciones de los ministros “económicos”, ni la política monetaria, ni la negociación sociolaboral con patronos o sindicatos, ni ninguna otra de las “desastrosas” acciones del gobierno Zapatero, han traído la crisis. Y que nadie crea la simpleza de que sólo España ha sido señalada por el FMI como economía que no se recupera de la recesión. Todos los países han emprendido de nuevo la senda del crecimiento, para bien y para mal. España llegará un poco más tarde a cifras positivas.  Pero de entre los paíes ricos, también se retrasarán Luxemburgo, Islandia e Irlanda, la del gran milagro ecnómico alabado por los neoliberales (tal como alabaron el llamado milagro español).

Quizá sea que, ante la oscuridad repentina, la desorientación, la incertidumbre que brota del agotado pensamiento único, los liberales, quiero decir, los que presumen tan fanáticamente de serlo, encuentran natural exigir ahora al Gobierno, a la mano bien visible del Estado, un poco de protección, otro poco de punto de apoyo y un mucho de guía. Exigen que el Estado garantice un futuro de nuevo esplendor para el dios mercado. Cuando llegue, dirán que el Gobierno estorba.

Quieren soltarse de manos en la bici del mercado porque son hábiles ciclistas. Pero papá Gobierno debe agarrar el sillín cuando proceda porque peligra su integridad. Y si, finalmente,  se caen, la culpa es de papi. Sobre todo si no le cuelga la etiqueta de liberal.