El canon “olvida” a los estudios de grabación , en su mayoría clausurados o en grave crisis, tras la desbandada de sus clientes, las discográficas.
Red Led, estudio de grabación independiente, protagonista de grandes éxitos comerciales, nunca ha recibido nada de los derechos que dicen defender los promotores del canon.
A los defensores del famoso canon compensatorio se les suele llenar la boca de consideraciones compasivas hacia los distintos profesionales implicados en la elaboración de las obras musicales, hoy víctimas del imparable tráfico digital, el nuevo paradigma. Se declaran muy preocupados por su precaria situación que podría poner en peligro, según ellos, el futuro mismo de la música, si no se articulara algún tipo de compensación.
Dejemos a un lado que videoclubs, tiendas de discos o salas de cine, por poner algunos ejemplos, son sectores que, pese a ser perjudicados por el nuevo entorno, no merecen tal conmiseración. Supongo que será porque, al fin y al cabo, su decadencia, aunque lamentable, no puede poner en peligro la “música”. Pero hay un hecho que sorprenderá a más de uno. Los estudios de grabación y sus colaboradores son absolutamente desdeñados por el lobby antipiratería y los promotores del canon compensatorio por la llamada “copia privada“.
Contra lo que se suele creer, los estudios no son compañías discográficas. No se llaman Sony, ni EMI, ni Warner, ni nada parecido. De hecho, son ampliamente desconocidos. No firman contratos con los artistas, ni cobran porcentaje sobre la explotación de los discos, ni sobre los derechos de autor, aunque han sido los responsables directos y protagonistas absolutos de la producción discográfica durante los últimos 25 años. Hace ya mucho tiempo que las multinacionales del disco se deshicieron de todos su medios de producción. Su control sobre la difusión les ha bastado hasta ahora para asegurarse la compra, a la baja, de cualquier producto que les pudiera interesar. Cada uno de ellos pasaría a engrosar su catálogo, de por vida, en las condiciones de explotación que la discográfica quisiera imponer. Incluidos buena parte de los derechos del autor. Y así ha ocurrido durante muchos años.
Han sido estos independientes estudios de grabación y producción, un conglomerado de músicos, técnicos y empresarios, aferrados al papel de suministradores brillantes pero sumisos que les han dejado en el negocio, los responsables de producir lo que todos hemos disfrutado en nuestro país durante los últimas décadas. Eurosonic, Sonoland, Kirios, Audiofilm, Musitron, Doublewtronics, Cinearte o Red Led, son sólo algunos de los más prestigiosos, además de docenas de ellos, que por su menor entidad, han servido, del mismo modo, como productores permanentes de maquetas.
Se trata, salvo alguna excepción, de empresas personales puestas en pie con gran esfuerzo y no poca dosis de ingenuo romanticismo. Carísimas instalaciones y equipamiento, que han de actualizarse constantemente, mucho antes de su amortización, salarios elevados para mantener equipos humanos altamente especializados, gastos de todo tipo para atender las sofisticadas y, a menudo, extravagantes exigencias de sus caprichosos clientes, son sus desafíos más constantes. Frente a unos inciertos ingresos, sólo provenientes de facturar, por horas o sesiones, el tiempo empleado en el estudio, en el mejor de los casos.
El precio medio que cualquiera de estos exitosos estudios podía alcanzar en los años ochenta se ha visto a la mitad diez años después. En la actualidad se cierran precios que no llegan ni a la cuarta parte. Lo curioso es que, mientras tanto, sus trabajos no han dejado de brindar pingües beneficios a los que ahora tanto se lamentan. De los antes mencionados, estudios con una larga y reconocida trayectoria profesional, todos se han ido extinguiendo o durante los últimos años, excepto Red Led, cuyo futuro es muy dudoso. Como tantos otros. Todo esto, sin que la SGAE haya hecho nunca nada al respecto.
Pues bien, estas sofisticadas cocinas de donde han venido saliendo los originales de las obras discográficas, y con ellos, todos sus trabajadores y colaboradores, ingenieros de sonido, técnicos y asistentes especializados, músicos de sesión, arreglistas, gestores de producción, y toda suerte de oficios y empresas afines, son hoy un gremio en disolución entre una plétora de autores y productores que trabajan por amor al arte, al calor de Internet.
El problema, el gran problema, es que, por primera vez, las discográficas y sus grupos editoriales pierden pie sobre sus cimientos, antes firmes por un aprovechamiento abusivo de su posición en el mercado, como dueños absolutos de la distribución, de la difusión y de la promoción. Internet y la revolución digital se han encargado de resquebrajarlos, con toda seguridad, para siempre. Y aquí es donde el canon compensatorio aparece, por bien de la “música”, claro.
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