Rayan sí estaba solo

Rayan sí estaba solo

Al grito de “¡Compañera, no estás sola!” se han alzado las enfermeras, tras la muerte del bebé Rayan, para protestar por el trato que reciben. Como antes hicieran los jueces y otros colectivos, pretenden dar su cara más solidaria sólo cuando peligran sus propios intereses.

Manifestaciones multitudinarias, paros laborales y declaraciones públicas de denuncia sobre las condiciones en que las enfermeras han de trabajar han recorrido nuestros hospitales tras la trágica muerte de Rayan, un bebé prematuro que, por desgracia, fue protagonista mediático toda su cortísima vida.

La repentina noticia del accidente clínico por el que el bebé perdía la vida trajo consigo que todos los medios fijaran sus objetivos sobre otros casos anteriores que no tuvieron relevancia pública, aunque causaran también tanto dolor y estupefacción en sus respectivas familias como el triste caso de Rayan.

Una ventana del Hospital Gregorio Marañón y un enfermera anónima haciendo la V, el signo de la victoria
Una ventana del Hospital Gregorio Marañón y una enfermera anónima haciendo la V, el signo de la victoria

Hoy, las enfermeras, apoyadas por sus instituciones corporativas, pretenden hacer ver a la sociedad que su indignación tiene que ver con su honda preocupación por evitar estos errores clínicos. Pero no parece verosímil, si cuando ocurrieron anteriores desgracias análogas, no exigieron públicamente medida urgente alguna y sólo ahora, cuando una de sus compañeras ha sido señalada, hacen notar su indignación.

Ya lo hicieron antes otros colectivos profesionales cuyo servicio es vital para la comunidad. Cuando los jueces vieron cómo los medios se hacían eco de casos graves de errores judiciales cuyas consecuencias alarmaban a la sociedad, y no antes, cuando también los hubo de similar entidad, se precipitaron como un solo hombre para hacer ver sus reivindicaciones.

Es verdad, desde luego, que los medios informativos también pecan de una enorme hipocresía cuando hacen del duelo y de la tristeza sus cabeceras, sólo porque un determinado caso ha traspasado la zona gris de lo privado para resonar en la actualidad pública. Tampoco ellos bucearon en su momento, como es su obligación, bajo la superficie de la rutina de servicios tan vitales, como la salud o la justicia. Ahora lo hacen sacudidos por el mismo escalofrío que recorre a la gente de la calle, que sólo conoce de estos asuntos cuando se publican.

Pero ni las enfermeras, ni los jueces, ni los medios de comunicación, tienen derecho a indignarse tan tarde, si quieren presentarse ante los ciudadanos como verdaderos valedores de sus intereses más sensibles. Pese a lo que quieren aparentar, cabe sólo creer que, seguramente, no lo son más que aquellos ante quienes, con razón, protestan y denuncian.

El corporativismo, usado como arma de fuerza para exigir mejoras sociales puede ser útil a todos. Pero usado como protección colectiva sitemática, que otros no poseen, ante la crítica de la sociedad, es injusto y dañino, además de amparar, no pocas veces, una honda hipocresía.

Es verdad que la desgraciada enfermera que protagonizó el lamentable error merece no estar sola. Pero no más que lo merecía Rayan, a quien ninguno de los ahora indignados miembros del colectivo de enfermería supo evitar a tiempo un accidente, cuya alta probabilidad de suceder, al parecer, todos conocían.

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