Un espectáculo insólito. Un pequeño gran espectáculo. Un tramo de una calle de barrio de Madrid está cortada al tráfico. No hay ningún socavón, ni obras, ni accidente alguno. No son las fiestas del barrio. Tampoco se va a rodar una película, ni hay nigún vehículo pesado que impida circular. No pasa nada que justifique las vallas, la policía municipal y los letreros que avisan de la anomalía.
Hay un montón de niños que, llenas las manos de tizas de colores, dibujan y escriben sobre el asfalto, por un día convertido en una pizarra gigante. Todos se divierten, ríen y juegan. Pero todos tienen la misma idea que van volcando, poco a poco, en el suelo. Están pintando por la paz. El colmo de la ingenuidad boba, si lo dice un adulto de izquierdas, de la ñoñería anticuada si lo dice una monja, de la hipocresía diplomática si un embajador. El colmo de la impotencia si se hace en la ONU.
Pero son sólo unos niños, qué saben ellos. Nos piden la paz.
Mejor miremos para otro lado. No vaya a ser que nos demos cuenta de que los adultos, cada uno un poco, somo cómplices de la barbarie generalizada, convertida en algo normal. No vaya a ser que se den cuenta ellos, con sus tizas, de que deben obligarnos a escucharles.
Sé el primero en comentar