El lobby de la industria cultural, en su guerra contra las descargas gratuitas, logra, una vez más, reforzar su tendenciosa imagen como representante de los sufridos autores
Los periodistas amamos los titulares, debilidad fácil de explotar
Es asombrosa la facilidad con que cualquiera puede hacerse llamar por la prensa lo que le interese, sea lo que sea. Los periodistas amamos los titulares y esa es una debilidad fácil de explotar.
Primero se escoge un atributo bien cargado de las connotaciones por las que anhelamos que nos identifiquen. En nuestro caso, “creador”, por no picar muy alto, que esta cualidad es una de las más atribuídas al mismo Dios. Así que no sólo es positiva y generosa, sino que incluso está revestida de una cierta divinidad. Luego, este apelativo se incluye en el nombre legal de una pulcra y reluciente entidad creada al efecto.
En el ejemplo que traemos, “La Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos“. El resto lo hará el animoso redactor que, como es lógico, buscará sencillez y concisión al titular su artículo. “Coalición” es un término muy confuso que se enreda peligrosamente con el mundo electoral, que no vendría al caso. “industrias de contenidos” y, mucho menos “industrias”, tan prosaicos ambos, no tienen comparación posible con el simple y mágico “creadores”.
Aún si aceptamos el discutible significado de crear como el acto de construir un relato textual o visual a partir de la ingente materia prima de la experiencia vital y de la cultura, hay millones de creadores ajenos a este lobby.
El problema es que un titular como este es complaciente con una idea nacida de la propaganda sectaria. Los creadores no están representados por esta coalición ni por nadie. Aún si aceptamos el discutible significado de crear como el acto de construir un relato textual o visual a partir de la ingente materia prima de la experiencia vital y de la cultura, hay millones de creadores ajenos a este lobby. Porque el mayor pecado capital de la industria cultural no es cómo nos ha vendido sus productos, ni cómo ha abusado de sus grandes concentraciones empresariales y de sus posiciones privilegiadas, sino cuánto nos ha ocultado, filtrado y secuestrado. La industria cultural ha sido el gran censor, la gran tijera, el inmenso embudo por el que han cabido solo unos pocos elegidos.
Ahora, perdidos su monopolio en la difusión y en la promoción, se pasan el día llorando en nombre de ¡los creadores!
Pero además, ¿no es creador el artesano que realiza una pieza única?¿y ese ingenioso amigo que arranca con sus ocurrencias la risa de todos?¿y el mecánico que improvisa una solución improbable ante esa extraña avería?¿y el empresario que diseña una organización nueva y exitosa?¿y el amante genial?
El mayor pecado capital de la industria cultural no es cómo nos ha vendido sus productos, sino cuánto nos ha ocultado, filtrado y secuestrado.
Basta de llantos, señores de las industrias, que no son ustedes los primeros ni serán los últimos a los que se les ha pasado el tiempo de su chollo empresarial. Pero claro, yo que ustedes quizá haría lo mismo, mientras haya una prensa tan servicial.
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