Si tuviéramos 300 años

Somos víctimas del descarrilamiento de nuestras propias ambiciones, o lo que es casi lo mismo, de las de nuestros abuelos.

sabiduría

Supongamos que nuestra actual esperanza de vida fuera de 400 años. Supongamos que nosotros, los adultos maduritos, tuviéramos ahora unos 300 años de edad media. Hubiéramos sido todos testigos, quizá protagonistas, de la Revolución Liberal burguesa, liberadora del yugo del Viejo Régimen feudal y absolutista, y de la prometedora Revolución Industrial, y también del curso de acontecimientos que, paulatina y progresivamente, han ido arrinconando nuestro modernista optimismo.

Si fuera así, sentiríamos el peso de haber fracasado con todas las grandes revoluciones del XIX y del XX, siglo éste último en que desbordamos la imaginación del mismo Maligno con las guerras más atroces que la Humanidad ha protagonizado jamás, y no estaríamos aquí, en nuestro flamante cibermundo reflexionando sobre el actual rumbo de las cosas, sobre la naturaleza de una crisis, que sería la enésima de nuestra existencia, discutiendo soluciones de espalda a las que ya sucumbieron.

¿Acaso no se planteó ya el debate entre liberalismo y socialismo? ¿No hemos visto ya que cualquiera de ellos, mal encauzado, acaba en frustración? Y del paro, ¿no sabemos nada del paro? ¿Y no hemos vivido antes movimientos migratorios masivos?

Contaminación, derechos humanos, pobreza, democracia son compañeros de nuestra inquiedtud colectiva desde hace demasiado tiempo para tratarlos con la ingenuidad cuando no con la petulancia con que lo hacemos.

¿Porqué no enmendamos nuestros errores?¿Porqué no repensamos los paradigmas fallidos? Porque no tenemos 300 años, porque cuando nos empezamos a dar cuenta de ciertas cosas, ya es asunto de nuestros hijos. Porque creemos que inventamos algo cuando damos vueltas y vueltas alrededor de una noria que, por modernizada y acicalada, creemos distinta. El verdadero asunto es intergeneracional y, de ahí su peligro, porque es apenas aprehensible por una generación.

Hará falta mucha más generosidad para asumir, como los maestros constructores de las viejas catedrales que somos nada más que continuadores de una obra ya empezada que no sabremos si concluiremos. Trabajar sólo a corto plazo es un juego que está acabndo con nuestras esperanzas.

Nuestra realimentada frustración sobre lo material, ordenadores o cualquier artefacto o sistema tecnológico, es el combustible que, creyendo luchar, arrojamos al crecimiento suicida de un mundo injusto. La frustración sobre el rumbo, sobre los valores que inspiran las tendencias, es el virus más deseable, la verdadera Revolución del Conocimiento. Asumamos nuestra verdadera edad. La que tenemos como civilización.

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