A los capitalistas ya no les funciona el capitalismo. No logran salvar un sistema que no logran comprender y que ha desinflado todas sus promesas.
Lo peor de la crisis que padece nuestro sistema económico es la inercia que atenaza cualquier iniciativa verdaderamente revisionista. Es la lógica resistencia al cambio de quienes han venido disfrutando, durante décadas, de una estructura que les favorecía. Las grandes corporaciones financieras, las multinacionales energéticas y de materias primas industriales, los conglomerados de telecomuinicaciones y los imperios de la industria cultural, por no mencionar los opacos pero legales lobbies armamentísticos o los sofisticados y criminales carteles del narcotráfico, son significativos actores de un escenario que, repentinamente, parece atascarse, desorientarse, desmoronarse.
Los dogmas de la economía occidental se resquebrajan. El beneficio de unos pocos no ha traído el de los demás.
La bandera que todos ellos han enarbolado con devoción digna de mejores causas es la de la libertad de mercado, una libertad sólo entendida como el derecho inalienable del inversor a manejar el timón de las empresas para su beneficio, como priopridad indiscutible.
Algo está cambiando, sin embargo. Recientemente, publicaba El País un artículo de Ángel Cabrera Izquierdo, rector de Thunderbird de Arizona, una de las primeras Escuela de Negocios del mundo, fundada en 1946, que hoy ha sometido a profunda revisión los principios de su programa docente para incorporar un nuevo concepto basado en la conducta responsable de los directivos. Algo así como el juramento hipocrático de los empresarios, una idea que también otros gurús del mundo académico de los negocios parecen haber descubierto.
Está claro que la crisis global no deja ya lugar para los complacientes del capitalismo, llámense neocon, neoliberales o, simple y llanamente, hombres (o mujeres) de negocios, una expresión apta para describir a todos cuantos hacen del beneficio su meta diaria.
La sociedad reclama una nueva ética mercantil que los tiburones de los negocios no pueden ya evitar.
Lo paradójico está en que, probablemente, los pensadores de izquierdas no están tan indignados como los conservadores, pues nunca han creído en las bondades del sistema capitalista, mientras que los segundos se remangan dispuestos a repartir mandobles contra los responsables de la bancarrota ideológica del capitalismo que casi les preocupa más que la puramente económica.
A principios de 2008, EAdR incorporaba este argumento, ahora tan de moda, a sus principios editoriales, recogiendo una inquietud ya antigua para quienes no creemos las verdades de neón ni la propaganda que impregna desde siempre los discursos sobre un progreso basado en el crecimiento económico.
Bienvenidos al club, señores de los negocios. Pero pónganse a la cola para hacer nuevas propuestas, por favor.
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