La objeción de conciencia contra el adoctrinamiento educativo del PSOE, esgrimida por el PP, arrastra a sus adoctrinados seguidores a una nueva dramatización de la simple lucha partidista.
Yo también quiero objetar.
Resulta que, a lo mejor, la objeción de conciencia es un derecho aplicable a cualquiera de las imposiciones que la Ley pueda prescribir sobre nuestras vidas. Al menos eso es lo que sostienen, de un tiempo a esta parte, un puñado de padres cuyos hijos están afectados o por afectar por esa dichosa asignatura de nombre tan bonito, Educación para la Ciudadanía. Apelan, muy ciudadanamente, a nuestra Constitución, que defiende su derecho a educarlos según sus particulares convicciones morales o religiosas.
Ahora resulta que hay una cantidad nada despreciable de padres españoles que se oponen a que sus hijos sean adoctrinados por la “religión progre”, esa tan moderna de la igualdad de sexos, la laicidad y tal, no vaya a ser que se contaminen. Puestos a adoctrinar, se reivindican a sí mismos como los únicos legitimados para hacerlo como a ellos les de la gana – perdón, según sus convicciones – y reclaman asepsia en los contenidos educativos de los centros docentes. Tanta que preferirían que tal asignatura no se imparta de ninguna manera.
Lo cierto es que no les falta razón. De hecho, el concepto mismo de ciudadano, desde los griegos hasta la Revolución Francesa, es fruto de un notable adoctrinamiento colectivo, por lo que no se puede negar que los padres han perdido con ello un poco de su soberanía educativa natural.
Lo malo es que no me lo creo. Porque si la indignación de este colectivo obedece a los argumentos que exponen públicamente, deberían haber denunciado el creciente secuestro de la socialización de nuestros niños por manos extrañas hace mucho, mucho tiempo.
Habrían tenido que objetar también todos los profesores que pudieran vertir su ideología personal sobre los alumnos. Y todos los textos que incluyan valoraciones sociológicas, históricas o geográficas discutibles. Supongo que, además, habrían de objetar cuantos programas de la televisión pública incurrieran en cualquier sesgo de tipo moral, y muchas series de ficción, comedias, concursos, noticiarios y, sobre todo, sobre todo, la omnipresente, apabullante e incontenida publicidad, cebada tantas veces sobre sus hijos, sobre los hijos de todos.
No me lo creo, porque no deja de ser curiosa la habilidad del PSOE, al legislar sobre la materia en cuestión, para acertar con tanta precisión desencadenando las únicas acciones educativas que estos ciudadanos padres consideran adoctrinadoras. A no ser que la preocupación de estos padres tan concienciados no sea otra que seguir las ingeniosas sugerencias de una oposición a la que parece importarle mucho más atacar al gobierno que velar por derechos, que habitualmente le importan un bledo.
Yo, que conste, me apunto a la objeción. Objeto toda la propaganda de nuestros partidos políticos, todos los anuncios estúpidos que nos invitan a consumir como estúpidos, objeto las noticias comunicadas, objeto las relaciones públicas, el marketing directo, objeto todos los mensajes que me dirijen quienes no me conocen, las mentiras del crecimiento y de la crisis, objeto la falsa democracia y los falsos objetores.
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