Partidos y periodistas retuercen los conceptos democráticos ante la opinión pública según sus intereses, como cuando juegan con “la lista más votada”
Este fenómeno reivindicativo emerge sistemáticamente tras elecciones autonómicas o estatales, cuando coaliciones pre o post electorales otorgan el poder al representante de un partido cuya lista no ha sido la que más votos se ha llevado. Como, por ejemplo, ha ocurrido recientemente en Galicia, donde el PP ha perdido el gobierno a favor de una coalición de izquierda, pese a tener la lista más votada.
No señores, no, no es antidemocrática la cosa. Ni en esta ocasión ni en ninguna otra, que pudiera escocer mucho más. Aunque no es de extrañar que haya gente tan despistada, ya que los primeros en confundir a la opinión pública son los propios políticos “perjudicados” que, sean del color que sean, siempre hacen, públicamente, la lectura de los resultados electorales que mejor les deje en la foto mediática.
Se cultiva, según interesa, la indignación popular, aún a costa de nuestra madurez como demócratas. Creo que, en el fútbol, de estas cuestiones se ocupa el Comité Antiviolencia que vela para que ningún directivo se pase de listo.
Claro, como nuestro régimen político es paradeportivo, es decir, que cada cual es del equipo de sus amores a muerte, los simpatizantes del partido que dice merecer el gobierno que se le “arrebata” no moverán un dedo, por cultivados e informados que sean, para aclarar el asunto. De ahí que tertulianos, analistas y fauna afín coreen, según sople el viento, la falacia de la lista más votada.
No sólo eso, sino que es habitual oírles decir a unos y otros que el partido tal, el de la lista más votada, ha ganado las elecciones. Como si las elecciones se ganaran o se perdieran al estilo concurso de mises. Que se sepa, estamos en un régimen parlamentario. Que se sepa, las elecciones asignan escaños en los parlamentos, cada uno de los cuales tiene derecho a un voto. Cuando hay que votar, por ejemplo la investidura de un jefe de gobierno, se suman los síes, y si son mayoría suficiente, se aprueba al candidato.
El partido de la lista más votada, sin duda, representa a más votantes que los de las menos votadas, pero la opción gubernamental más votada, y por tanto la elegida, como cualquier otra decisión parlamentaria, puede no ser la suya sino la de todos los demás que representan a más votantes aún. Los descontentos deberían protestar a los demás partidos por estar de acuerdo y chafarles su opción.
Bien harían los partidos en explicarse ante sus votantes, en lugar de soliviantarlos, aprovechándose de sus querencias y simpatías. Se cultiva, según interesa, la indignación popular, aún a costa de nuestra madurez como demócratas. Creo que, en el fútbol, de estas cuestiones se ocupa el Comité Antiviolencia que vela para que ningún directivo se pase de listo.
Pues la lista más votada debiera ser mucho más responsable por su peso social y abandonar ya la pésima costumbre de pasarse de lista.
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