“Paremos el genocidio”, lema de una manifestación anti israelí de Madrid, juega al paralelismo entre el horror nazi y la tragedia de Oriente Medio.
No hace falta, ¿o sí?, que haya un genocidio para que nos horroricen las víctimas de la guerra. No debiera hacer falta más que un solo niño caído por la violencia entre sus mayores, para que nos avergonzara hasta la náusea el oscuro egoísmo que nos impide luchar por la paz sin pausa, a brazo partido.
Cuando se acusa a Israel de ejercer una violencia desproporcionada nos suena a poco, ¿por qué? Desproporcionada es siempre la muerte de cualquiera a cambio de nada, por nada.
Porque nada es un trozo de tierra sin vida, nda es una bandera ondeando en el desierto. Sólo la vida es una respuesta justa y proporcionada a cualquiera de nuestras reivindicaciones. Desproporcionada es la muerte de palestinos en Gaza y también la de judíos en Israel por un puñado de fanáticos que se jactan de morir matando.
Israel se equivoca creyendo que puede acabar la violencia con más violencia. Y nosotros nos equivocamos si pensamos detener la injusticia con más injusticia.
No, no podemos parar un genocidio que no existe, aunque sea más fácil vomitar odio e impotencia contra un monstruo tan terrible como lo fue el nazismo. No hace falta fabular tanto, ¿o sí?, para ponerse en pie y gritar por la paz. La que todos desean, sobre todo los que tienen que vivir o morir en esa tierra mientras nosotros jugamos – sucio – con las palabras.
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