Mientras en la Expo del Agua se consumían miles de botellines de agua para esperar el turno de asistencia a los espectáculos, el tercer mundo brinda el espectáculo de millones de sedientos que esperan su turno para consumir agua
Uno de los iconos de la Expo de Zaragoza, como lo es de casi todos los grandes eventos públicos de nuestras acomodadas latitudes, cuando el calor aprieta, es la botella de agua de plástico.
Aún en mayor medida las pequeñas, más transportables en mochilas y bolsos de toda clase, la botella de agua de plástico, irrompible y ligera tanto como contaminante y antiecológica, se convertía en el amuleto imprescindible de todo visitante sensato a la exposición internacional “del agua”. En colas, paseos y explanadas, la botellita de agua era el elemento común, el nexo indiscutible entre los, por otra parte, variopintos asistentes.
En el pabellón de Cataluña, una sala rendía homenaje a este insostenible objeto de consumo, en un montaje espectacular que , a modo de cascada surrealista y bajo el título “El Salt d’Aigua” (El Salto de Agua) mostraba con orgullo la inmensa y peculiar colección de botellas de agua envasada, procedentes de todo el mundo, del Dr. Oliver Rodés, un farmacéutico cuya empresa familiar asesora, entre otros, a los industriales del agua.
En la exposición zaragozana, dedicada a la sostenibilidad en general y al derecho al agua en particular apenas había fuentes de agua potable y las que había fueron sufriendo el abandono de los servicios de mantenimiento. Sin embargo, los establecimientos de bebidas hicieron, claro, su agosto.
Resulta, cuando menos, sorprendente, que los responsables de un evento como la muestra internacional de la sostenibilidad que ha pretendido ser la zaragozana, no hayan promovido un uso del agua potable más acorde con un futuro exento de incontrolables vertederos de plástico.
Los envases y, en general, todos los pequeños continentes individualizados de bienes de consumo son uno de los males más evidentes que resultan de una una estructura ultraconsumista que hoy, cuando nos alarmamos al descubrir el Pacífico es una inmensa cloaca donde millones de toneladas de plástico no biodegradable y no renovable, no cabe ya ni siquiera en las enfermizas ensoñaciones de los neoliberales más desaforados.
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