La TDT supone la consolidación de la televisión digital. Pero el hecho de que se vayan a suprimir las licencias para televisión analógica delata un sesgo interesado en la campaña de transformación de todos los sistemas al nuevo formato. ¿Por qué no han de poder subsistir las emisiones analógicas?
Porque no deben ofrecer una alternativa a los espectadores que lesione las expectativas de explotación que tiene la TV digital. La TV analógica puede ser captada gratuitamente. Por supuesto, la publicidad ha sufragado siempre todos los gastos y suministrado enormes beneficios. Pero la TV digital permite que la publicidad se multiplique, que aumente el comercio directo con los espectadores y que los costes disminuyan. Así de atractiva es para las empresas que la promueven. El acuerdo empresarial es total. No habrá vuelta atrás.
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La TDT tiene más calidad. Falso, las señales se comprimen digitalmente para poder transmitir, con un mínimo coste, muchos canales, lo que deteriora considerablemente su calidad.
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La TDT no tiene ruidos ni interferencias. Pero puede no verse en absoluto. Si la recepción no es de alta calidad, se corta. Los que ahora ven mal la TV dejarán de verla hasta poder recibirla por cable.
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La interactividad mejora la experiencia y la participación del espectador. No, porque se promueve el pago por visión y la compra en línea de productos y servicios.
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La TV digital ofrece más opciones temáticas. Depende. El aumento de canales segmenta la audiencia y desdibuja las franjas horarias, por lo que la producción propia no es rentable y queda sustituida por contenido enlatado de reestreno.
La TDT implica la capacidad para enviar muchos canales utilizando el mismo ancho de banda, para entendernos, la misma vía de transmisión, que un solo canal analógico. La multiplicidad de canales, como sucede actualmente con Digital+, el canal digital por satélite, permite la segmentación de la audiencia por temas – documentales, películas, informativos, deportivos, etc – y, como consecuencia una mayor dependencia, fidelización es la palabra políticamente correcta, en definitiva, abonados. Pero para que todo esto tenga sentido, la televisión digital está diseñada como plataforma de pago. Puede codificarse, regular su recepción y controlar cada decisión de los espectadores.
La Ley, coherentemente, promueve la televisión por cable, el último paso para una televisión cuya recepción ha de pactarse siempre con el proveedor.
Nada que objetar si, gracias a ser un servicio facturable, supusiera el fin o la atenuación de la publicidad. Pero cuando todo el mundo sea abonado de una u otra plataforma digital, veremos resurgir, con mucha más fuerza, el marketing televisivo más extremo.
El gobierno, tal como hacen sus colegas occidentales, sigue fielmente las imparables tendencias impuestas por los lobbies empresariales de la comunicación. El nombre de la Ley es toda una oda a la democracia:
Proyecto de Ley de Medidas Urgentes para el Impulso de la Televisión Digital Terrestre, de la Liberalización de la Televisión por Cable y Fomento del Pluralismo
Pero, probablemente, el siguiente nombre haría más justicia al el proyecto :
Proyecto de Ley de Medidas Urgentes para la Erradicación de la Televisión Gratuita, de la imposición de la Televisión de Audiencia Controlada y Fomento de la Segmentación
Lo digital no es siempre mejor. Como suele ocurrir con las tecnologías, la TDT progresa porque promete beneficios a quien sostiene su desarrollo. ¿Cuáles son las verdaderas ventajas de la TV digital?
Ha sucedido muchas otras veces. Desde que la revolución digital multiplicara drásticamente las expectativas de la industria electrónica, hemos entrado en una espiral de innovación cuya inspiración mercantilista y su difusión mediante técnicas de marketing extremo arroja grandes sombras sobre el mecanismo de selección de cada nueva aplicación social de los adelantos tecnológicos. La sociedad civil se ha visto incapacitada para evaluar por adelantado la avalancha de nuevos ingenios, desbordada por la jerga electrónica, sólo inteligible cuando ya está obsoleta, y fascinada por la “magia” de asombrosos juguetitos puestos a nuestro alcance, con abundantes dosis de desinformación, en nuestro televisor, nuestra radio, nuestras calles, nuestros buzones, nuestros teléfonos, nuestro email y, por supuesto, en nuestros nuevos templos civiles, los grandes centros comerciales.
La palabra totem “digital” suele esconder, a menudo, una falsa mejora en lo que se digitaliza, no porque no puedan extraerse ventajas de la digitalización, sino porque la tentación de abusar de sus capacidades económicas es muy grande. Los procesos digitales, por ejemplo, son mucho más baratos que los analógicos, aunque rara vez se reconoce a traves de los precios, que parecen indicar lo contrario.
Si se prohibe la televisión analógica, impidiendo que haya emisiones abiertas, aunque sean locales, no se puede hablar de un acontecimiento de progreso sino de un nuevo paso en la explotación del ciudadano a través de una televisión cada vez más mercantilizada.
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