Tras las huellas de Harry Potter, la Play Station y los demás amos del marketing, la prensa se muestra, una vez más, seguidista y sumisa ante las “revolucionarias” novedades consumistas, ahora con el iPhone.
El País, El Mundo o ABC, la Cadena Ser o la Cope, páginas blancas, amarillas o salmón, la Cuatro, Antena 3 o TVE…, todos los medios de comunicación españoles, tal como la mayoría de los de todo el mundo, hacen la ola ante el magno acontecimiento de la puesta a la venta de un nuevo móvil. No se trata de una novedad que revolucionará nuestras vidas, como sería la aparición de los mismos móviles como superación de los teléfonos fijos, o la puesta en marcha de una tecnología capaz de envejecer a Internet, o de un móvil para ancianos, minusválidos o para el tercer mundo. No, sólo es un nuevo producto de Apple que, como en otros celebrados casos, ha dado en el clavo de las debilidades más irracionales del mercado, o mejor dicho, del segmento de mercado que realmente interesa, o sea, los tecnólatras, un grupo de población que crece constantemente al calor, precisamente, de la constante y creciente difusión que los medios hacen de cualquier novedad, o falsa novedad, relacionada con los productos electrónico-digitales.
Los mismos redactores y responsables de editar noticias y programas, víctimas también del virus tecnolátrico – para no pensar peor -, se apresuran, con una ligereza impropia de la seriedad profesional de la presumen ante otros temas, a jalear cuantas comunicaciones y anuncios hagan las multinacionales y lobbies industriales sobre cualquier cosa que pueda parecer futurista o mínimamente innovadora. Entusiasmados desde los albores de la revolución digital con la terminología mucho más que con los contenidos de fondo, no se resisten a servir de voceadores gratuitos de marcas y palabrejas comerciales, 3G, iPod, mp3, Blue-ray, BlackBerry, Web 2.0, etc. Lo de menos es la reflexión. Lo importante es festejar el diseño, el rediseño y el antidiseño, en una especie de permanente concurso de imágenes de marca, cuyo ganador figura en el número uno de las listas de éxitos oficiosas de los media.
Hoy, día en el que Telefónica ha anunciado el comienzo de la venta del dichoso iPhone, sobre el que ostenta el monopolio para España, las tertulias “políticas” radiofónicas se han ocupado del fenomenal acontecimiento. No contentos con eso, más de un periodista ha hecho cola durante la noche ante la tienda correspondiente, no para denunciar con alarma el hecho de que haya muchos jóvenes – y no tan jóvenes – capaces de lo que sea para ser los primeros en tener un ejemplar del juguetito, sino para asegurar a sus audiencias que tendrán puntual “información” sobre el recién nacido. Un profesional de la información de la Cadena Ser comentaba que, hace unos días, la compañía Apple había adelantado algunas unidades a un selecto grupo de periodistas, a quienes calificaba de privilegiados.
Podremos decir que se añade también, en artículos como el que aquí se reproduce, cierta crítica. Sí, pero es tan trivial y accesoria que sólo sirve para justificar la presencia del “notición” fuera del marco publicitario. La prensa tiene ya una larga experiencia en criticar y propagar al mismo tiempo en el ámbito de las industrias culturales como el cine, la literatura y otras similares. Ahora, esa práctica se extiende con efectos muy parecidos. Que hablen de nosotros, aunque sea mal, dirá la competencia del iPhone.
Si un producto entre miles sutitutivos es noticia a toda plana en las páginas de economía sólo porque mola mucho, no hemos perdido el norte sino la brújula.
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