El reloj de sol marca amanecer, como ayer, como mañana. Una vez más me sumerjo en el tiempo, esa cuna que nos mece hasta el letargo.
El agua esquiva la lluvia que, ya hace tiempo, sabe a lágrimas.
Soy apenas una brizna del mundo, un soplo en el huracán implacable que somos todos.
El sol amanece sin cara, sin un quejido abraza el horizonte.
El viento no sabe mentir, ni el agua sabe desobedecer. Sin quejarse, sin rebelarse, se mueren entre mis manos criminales.
El aire ha huido de donde siempre vivió. Ya no sabe de dónde es ni para qué.
Miles de miles de miles nos encogemos de hombros en una mueca siniestra, una danza letal. Bailamos ciegos, vendados nuestros temores y nuestras conciencias.
Las nubes agotan sus disfraces y su juego es tan nuevo que ya no saben llover.
Día de noche. La llama helada que acude a nuestro encuentro.
Cambio y muerte. Calentamiento sin pensamiento. Si huimos no volveremos jamás. Si luchamos seremos derrotados.
Si no apagamos nuestras granjas de ideas sin ideales, nuestras metas colosales, seremos apagados.
Si no nos oponemos, ganaremos. Porque la naturaleza no sabe mentir
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