La UNESCO instauró el Día Internacional de la Radio. Deberíamos preguntarnos si la supervivencia que ha exhibido este medio de comunicación, superando malos augurios y amenazas de decadencia y extinción a manos de las nuevas tecnologías, es real o sólo un espejismo.
Antonio Guterres, Secretario General de la ONU:
Una revolución de éxito sin precedentes
El vocablo “radio” es inequívoco. Remite con tozudez a su connotación de enlace de un centro a infinitos puntos que lo circundan, a los que “irradia”, como los radios de una rueda. La radiodifusión, término que precisa más nuestro asunto, es, por definición, un fenómeno ajeno a cualquier tipo de cable y eso, justamente, es lo que ha hecho de esta forma de comunicación uno de los signos más indiscutibles de la sociedad de masas surgida tras la Revolución Industrial.
De manera casi mágica, a partir de principios del siglo XX, las emisiones radiofónicas podían ser captadas a miles de kilómetros de distancia por todo aquel que dispusiera de un receptor, artefacto que con el tiempo y los enormes avances de la electrónica, se convirtió en algo tan portátil y económico que cualquiera podía escuchar la radio cuando y donde quisiera.
La publicidad, siempre ávida de audiencias, ha venido financiando las emisiones comerciales casi desde sus mismos inicios. Sus costes van ligados a la industria del entretenimiento y al establecimiento de cadenas de emisoras que alcanzan grandes cotas de oyentes y con ello, optimizan su economía de escala.
Pero la radio por Internet no es radio
Pero lo que realmente hace singular la difusión inalámbrica es su carácter ubicuo. Se puede recibir en todas partes y al mismo tiempo, sin límite alguno de oyentes. Además, no depende de infraestructuras costosas que, como en el caso de la electricidad o del agua, han de implantarse mediante redes de distribución, desigualmente accesibles por la población.
Unido a la universal instalación de receptores en los automóviles de toda índole, nos encontramos, además, con el sistema más eficaz conocido para la difusión de todo tipo de avisos y comunicaciones de emergencia.
Los llamados smartphones, en sus primeras generaciones, incorporaban en su hardware un chip sintonizador-receptor de radio FM por el que el viejo y querido “transistor” quedaba felizmente integrado en nuestro nuevo e inseparable compañero. Más aún, la biodiversidad radiofónica se veía favorecida al permitirse, mediante las correspondiente aplicaciones, la difusión vía Internet de todas las fuentes de emisión remotas del mundo que, de otra forma, no hubieran sido accesibles nada más que por oyentes locales.
En 2017, ya circulaban más de 100 millones de smartphones cuyo sintonizador de radio había sido deliberadamente desactivado.
Pero este statu quo duraría poco. En 2017, según se constata en informes encargados por la NAB, el máximo organismo colegiado de emisoras de radio y televisión en USA, más de 100 millones de smartphones se habían vendido con su chip de sintonización de radio deliberadamente desactivado. Y ese ha sido el camino que, progresivamente, han seguido los fabricantes de móviles, de entre los que Apple se destacó desde el primer momento. No hace falta pensar mucho para deducir la intención de esta imparable tendencia. Escuchar la radio en streaming vía Internet (abandonando la radiodifusión directa y abierta) es el modo en que operadores y anunciantes nos alejan de las viejas virtudes de la radio, accesibilidad, ubicuidad y gratuidad, y nos condenan a estar permanentemente online conectados a sus servidores. El proceso también se lleva a cabo con la TV, aunque, en este caso, no lo notamos apenas, pues este medio no está asociado a la portabilidad personal de los receptores de radio.
Pero si hacemos el ejercicio, nada extravagante, de imaginar una simple caída de la red, o reflexionamos sobre el hecho de que la mitad de la población mundial no está “conectada”, podemos afirmar que la radio, en su genuina naturaleza, representa la libertad del individuo para recibir comunicaciones públicas y sociales sin más servidumbre que ese pequeño y familiar artilugio llamado receptor o, más vulgar y simplemente, “radio”, que es accesible por todos, en todas partes,en todo momento. Ese pequeño milagro es el homenajeado por la UNESCO y no ese sucedáneo en forma de app cuya aportación es valiosa sí, pero sólo hasta el momento en que pretende sustituir a la vieja y necesaria radio, fagocitando, de paso, nuestra libertad y negando ayuda y compañía a millones de personas.
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