Verificar voluntariamente la cuenta de Twitter podría evitar la manipulación anónima, pero los responsables de la red social no están interesados
Supongamos que suena nuestro móvil y que la llamada procede de un número oculto. Desconfiaremos, quizá, ni siquiera lleguemos a descolgar. En todo caso, si lo hiciéramos, la prioridad será identificar a nuestro interlocutor. Porque es obvio que recelaremos de cualquier mensaje que proceda de un llamante anónimo.
Pensamos que aquel quien, deliberadamente, no se identifica, puede tener algo que ocultar o que sus fines no son del todo presentables. Pero supongamos que la operadora de telefonía impidiera sistemáticamente que los que llamaran pudieran identificarse. No habría manera de distinguir a quien intenta ocultar su identidad de quien no lo pretende. Pues eso exactamente es lo que ocurre en Twitter, probablemente la red de comunicación pública más importante del mundo.
El anonimato a la hora de publicar mensajes en la redes sociales puede ser un derecho, pero es absurdo que sea una obligación, ya que se priva a los usuarios de una gran defensa ante la intoxicación informativa.
El problema es que, precisamente a través de Twitter, se producen miles de “noticias” cuya influencia es potencialmente altísima pero de cuya veracidad o intención nadie da cuenta a nadie. Las amenazas de este nuevo arma de manipulación son crecientes y afectan a todos los ámbitos de la vida social.
En lo que se refiere al anonimato, Twitter sólo se preocupa de quedar libre de responsabilidades y, probablemente, tiene sentido que no quiera asumir el papel de vigilante. Presionado por los acontecimientos y la mala imagen que se ha ido formando en torno a la red del pájaro azul debido a fake news y suplantaciones de todo tipo, Twitter puso en marcha su sistema de cuentas verificadas, identificadas con la insignia azul. Pero lo hizo como le vino en gana, ignorando su insoslayable papel de servicio público. Tener servicios esenciales en manos privadas tiene estas consecuencias.
Twitter sólo concede el estatus de cuenta verificada a los usuarios solicitantes de probada relevancia pública. Así podremos estar tranquilos, porque sabremos con certeza si nuestra estrella favorita es quien dice ser o si el medio de comunicación que seguimos no es suplantado. Pero Twitter ignora el valor que podría alcanzar la credibilidad de los mensajes cuyos remitentes solicitaran ser verificados.
Todos tenemos derecho a mostrar nuestra identidad, si lo deseamos, y, con ello, respaldar nuestra fiabilidad, distinguirnos de quienes no quieren hacerlo. Eso no impediría en absoluto que quien prefiera mantenerse en el anonimato lo haga, lo que a nadie debe preocupar, excepto cuando el contenido de un mensaje trasciende de lo superficial para convertirse en un arma de desinformación.
Los usuarios debemos exigir que sea posible saber si nuestras fuentes son intencionadamente anónimas y por tanto menos creíbles para algunos tipos de mensajes.
Lo más llamativo es que Twitter parece no tener interés alguno en gestionar las miles de solicitudes de verificación que se producen y en este momento una página de “vuelva usted otro día” es la que con más probabilidad encontremos , aún si acudimos con la convicción de ser candidatos de relevancia pública, condición que Twitter pone para conceder la verificación. Por cierto, ¿qué es más relevante? ¿el mensaje de mi ídolo de turno o el mensaje que, virulentamente, se cuela en nuestras conciencias para causar estragos en la convivencia? Eso sí, bien protegido por el sagrado anonimato.
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