El gobierno de Mariano Rajoy reclama ante la ONU la soberanía sobre el peñón, mientras se remite a la estricta legalidad vigente con respecto a Cataluña.
La coincidencia de conflictos soberanistas en los que está involucrado de una manera u otra el estado español suponen un reto al Gobierno de Rajoy, que está obligado a mostrar solidez argumental sin poder ocultar una profunda incoherencia.
Veamos. Cataluña es el eje de un debate político que el Gobierno quiere desactivar apelando al principio constitucional según el cual la soberanía descansa sobre todos los españoles en su conjunto. El “derecho a decidir” al que apelan los soberanistas catalanes, que despojado de eufemismos no es otra cosa que el “derecho de autodeterminación” es negado en virtud de la legalidad constitucional. Según este principio, no cabe otra consulta que aquella en la que todos los españoles decidieran sobre ésta o cualquier otra reivindicación que alterara el statu quo del estado. Sin duda, es un argumento de peso, aunque la historia nos muestra cómo todos y cada uno de los estados que en el mundo son han nacido conculcando alguna ley anterior bajo la ambigua y poderosa apelación a la legitimidad.
Lo sorprendente es que Rajoy esté lidiando simultáneamente en otro frente, desencadenado por otro conflicto de soberanía, con argumentos opuestos. Porque si Cataluña está habitada por catalanes y su derecho a decidir ha de circunscribirse al marco legal, Gibraltar, territorio pertinazmente reclamado por los gobiernos de España, está, curiosamente, plagado de gibraltareños que, por el mismo principio, deben someterse a la legalidad vigente.
Y he aquí que a Rajoy no parece convenirle tanto defender el statu quo legal del peñón. Lo que seguro que lamenta es no poder apelar al “derecho a decidir” que los nacionalistas catalanes propugnan porque las posibilidades de los “llanitos” votaran a favor de su españolidad son prácticamente nulas.
Podríamos citar aquí también el conflicto del antiguo Sáhara español, donde la legalidad y la soberanía se estira y encoge según el momento y los intereses de los estados implicados. Otro caso para la reflexión y para la incongruencia.
Pero nada de esto es nuevo. Lo cierto es que la política sigue siendo el arte de lo posible y por mucho que nos empeñemos en dogmatizar, por mucho que Rajoy solemnice sus palabras, o Artur Mas las suyas, la historia se teje siempre descosiendo alguna vieja costura. Conformémonos con no rompernos demasiado el traje.
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