La publicidad no es inocua para la sociedad, es un virus que ha penetrado cada una de sus células.
El gigantismo del sistema publicitario, frente al diminuto poder de los que pretendemos combatirlo, es razón suficiente para hacer desistir de semejante empeño al más osado de los críticos. Sin embargo, el enfrentamiento es inevitable.
La civilización que conocemos es un gigantesco río que, a veces turbulento, otras remansado, siempre imprevisible y sorprendente, fluye imparable por la fuerza superpuesta de sus corrientes, las ideas, mil veces enfrentadas, de los hombres que en el mundo han sido.
Hoy, esa civilización ha sido desnaturalizada por los “ingenieros” de la Publicidad. Está siendo convertida en una torpe y edulcorada imagen de sí misma. El agua de ese inquietante, perturbador y maravilloso río de humanidad, es domesticada, canalizada, y finalmente depurada , transmutada en un líquido que , pese a sus coloridas apariencias, es homogéneo, incoloro, inodoro e insípido, una sustancia que se reparte exhaustivamente para que a nadie falte, para que nadie eche de menos el libre e impetuoso discurrir de nuestras ideas, de nuestros verdaderos sueños, para que nadie eche de menos siquiera a sí mismo.
3 Trackbacks / Pingbacks