El consumo individual, como factor de crecimiento, se extiende sistemáticamente a todo tipo de producto o servicio, pese a su insostenibilidad y el daño social que provoca.
Hace poco leí una reflexión sobre el paulatino descenso en la actividad de las salas de exhibición de cine. El autor se preguntaba dónde acabaríamos por ver el cine, alarmado por la perspectiva que ofrecen las nuevas tendencias de consumo directo desde Internet. ¿Dónde veremos el cine? Cada uno sabrá.
Hace mucho tiempo que la radio se escuchaba en grupo. Un apasionado grupo humano compartía noticias, música, folletines y conversación. Después llegarían los transistores de bolsillo, la miniaturización, los autoradios y los auriculares. ¿Alguien recuerda la radio en el salón?
En los años 60, no hace tanto tiempo, se celebraba en España la proliferación de teleclubs, un aplaudido invento comunitario por el que la gente de todo un pueblo se reunía para ver la televisión. Es cierto que la tele era para aquella españa todo un lujo pero compartirlo no hacía ningún daño ¿Nos acordamos de los Teleclubs? Hoy la apisonadora de las operadoras telefónicas nos adoctrina para acabar por ver la tele en nuestros móviles.
Un ordenador en casa. Algo increíble e ingénuamente futurista. Corrían los años 70. Algunas décadas después pocas son las casas “civilizadas” que no tengan su PC familiar. Pero ya no es suficiente. Ahora son los tablets, “smart phones” y otras tentaciones los que deben tomar el relevo. Pero ahora, eso sí, cada yuno con el suyo.
¿Quién recuerda esa generación de jóvenes que se reunía al calor de un “tocadiscos” para compartir su entusiasmo y sus emociones? Luego llegaría el “walk-man”, el “disc-man”, rebasados hoy por los diminutos reproductores de mp3, y cada uno debe entusiasmarse individualmente.
Nuestros abuelos se criaron en una extensa familia que se alojaba en una casa común donde varias generaciones convivían ycompartían recursos, espacio y las idas y venidas de la vida cotidiana. Las clases sociales, como siempre, marcaban las distancias, discernían excesos y carencias pero nadie dudaba en considerar el domicilio familiar como un lugar comunitario donde cabían muchos más que mamá, papá y los niños.
Un coche siempre fue un signo externo de buena posición por lo que la familia que poseía un utilitario era como si se revistiera de prosperidad pero, tras algunas décadas, tener varios coches en una familia es casi normal. Por supuesto, cualquier joven aspira a tener el suyo lo antes posible.
Es una fuerza centrífuga imparable. Ya no se come en familia, sino que cada cual tiene sus hora y sus hábitos. Hubo un tiempo en que había un solo teléfono en casa. Ya nadie se impacienta porque la línea está ocupada en casa por el adolescente de turno y nadie puede comunicar…porque ahora todos pueden comunicar aal mismo tiempo, esclavos de su móvil. Lo que fueron juegos de mesa caseros se llevan hoy en el bolsillo y, aunque pueden compartirse, los videojuegos son ya parte de la colección de propiedades individuales.
Sólo hay una explicación para esta imparable decadencia de los consumos compartidos. Es la misma que en su día llenó el mundo de pañales, mecheros, platos, vasos, envases, bolígrafos, bolsas, cajas, y todo tipo de objetos de “usar y tirar”. Se trata de multiplicar las unidades de producción y consumo en aras de nuestro dios Crecimiento, un dios que poco a poco nos va revelando su verdadera cara. Su auténtica dimensión de maldad, derroche, injusticia y suicidio planetario.
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