Las llamadas redes sociales son, en realidad, apetitosos botines de los que los usuarios formamos parte. Los peces grandes Google y Facebook pretenden engullir Twitter, cada vez menos un pequeño pez.
Ya lo habíamos advertido. Las redes sociales no son tales. Porque no son de la sociedad ni para la sociedad, sino para sus propietarios. Propietarios legítimos, sin duda. Pero que, inevitablemente, acaban mercadeando con la capacidad de convocatoria de sus respectivas redes, verdaderas cosechadoras de usuarios, o lo que es lo mismo, de audiencias-votantes-consumidores.
Se nos llena la boca de elogios hacia las mal llamadas redes sociales por su eficacia como vehículo de justas protestas civiles, como excepcionales herramientas de comunicación interpersonal, como catalizadores de iniciativas solidarias o como, por qué no, simples lugares virtuales de entretenimiento. Pero tras estos elogios se esconde una ingenuidad digna de mejor causa.
No son Facebook o Twitter – por poner dos ejemplos muy significativos – los entes a los que debemos estas maravillas. Sino a la conjunción de dos factores determinantes. Por un lado, las aplicaciones del software de la Web 2.0, ingeniosos útiles de comunicación que, tras el blog, han aportado infinidad de propuestas para el intercambio de sustancias expresivas en tiempo real – o casi -, y por otro, los millones de jóvenes, y no tan jóvenes que, hastiados de la rancia pasividad de la cultura de masas clásica, se vuelcan diariamente sobre sus terminales de Internet para explorar su propio ego en un fecundo roce con el de los demás.
Estos nuevos lugares míticos se van comiendo, bit a bit, el Internet abierto y neutral de todos, que casi todos amamos, encerrándolo dentro de los muros de sus bellos “walled gardens”
Es precisamente la avidez de estos entusiastas por participar de este nuevo universo de encuentros y oportunidades la que ha servido de combustible para el insaciable crecimiento de las redes privadas-sociales. Pero parece que muy pocos han caído en la cuenta que, mientras tanto, estos nuevos lugares míticos se van comiendo, bit a bit, el Internet abierto y neutral de todos, que casi todos amamos, encerrándolo dentro de los muros de sus bellos “walled gardens”. Grotescamente, Internet se va metiendo paulatinamente en una sola de sus billones de direcciones, como si la sociedad entera se entregara a unos pocos individuos a cambio, tan solo, de usar sus interesantes juguetes.
Pero la llamada Web 2.0 no tiene por qué estar encerrada en un solo sitio. Como no lo están nuestro correo electrónico, nuetras webs o nuestros blogs.
Hace mucho tiempo ya que Tim Berners Lee, uno de los padres de Internet, junto con otros pioneros, nos contagió su sueño de un mundo entrelazado donde cada individuo accedía a cualquier otro y era accesible por los demás, para construir mil relatos y lecturas distintas de la realidad.
Su logro, simple y grandioso, fue diseñar una arquitectura virtual capaz de hacer funcionar ese tupido entramado con agilidad. Por supuesto, quedaba descartado el burdo recurso de agruparlo todo en un ordenador, justamente aquello que se intentaba superar. Nacía, ya entonces, lo que más tarde hemos dado en llamar “p2p“, es decir, nuestra capacidad para intercambiar y compartir contenidos con otros sin que medie un servidor central.
Las redes sociales centralizadas son un paso atrás y una perversión de Internet
Las redes sociales centralizadas son un paso atrás y una perversión de Internet. Son innecesarias porque las herramientas que ofrecen están a nuestro alcance sin necesidad de entregar nuestra privacidad ni el control sobre nuestros intercambios. Sin que colaboremos en la construcción de un imperio privado en el que somos mera mercancía.
Diaspora, Friendika, Identi.ca son solo algunos ejemplos de iniciativas que luchan por abrirse camino sin más interés que ser protagonistas de un cambio necesario. Para evitar tentaciones futuras, ellos mismos han quemado sus naves puesto que trabajan en código abierto, lo que hará imposible que lleguen a monopolizar algún día su eventual éxito.
Haríamos bien en apoyar a quienes nos proponen disfrutar de un sistema de comunicación similar a los que ahora tanto celebramos, pero del que todos y nadie seamos propietarios, libre y abierto. Un sistema donde convivan todos nuestros mundos privados con la misma potencialidad de solaparse e interaccionar entre sí pero sin necesidad de ningún padrino.
La mejor red social es Internet mismo. Lo demás son redes de pescar.
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