El enfrentamiento de intereses contamina la necesaria reflexión sobre el futuro de la propiedad intelectual. Como de costumbre, el debate se sustituye por la simple descalificación personal.
Seguimos donde siempre.
Otra vez se libra batalla entre el ejército de las industrias culturales, esas que no son más culturales que cualquier otra industria, aunque ostentan ese codiciado título, y todos los demás. Ángeles González Sinde, con su resplandeciente uniforme de Ministra de Cultura, es sólo una diligente primera oficial que cumple órdenes. Al fin y al cabo su carrera se forjó en la selecta infantería de las sociedades recaudadoras de la industria del cine.
He leído como Alejandro Sanz, ese talentosísimo artista a quien admiro y con quien he tenido la suerte de colaborar, se encabrona indignado por la debilidad de sus filas y les llama cobardes por haber dado un pasito atrás. Tranquilo, Alejandro, sólo un pasito.
Es una pena que acabemos metidos en las trincheras y perdamos la ocasión para reflexionar sobre nuestro recién estrenado sistema social de intercambio digital. Si yo ocupara un destacado puesto entre los beneficiarios del sistema vigente de la propiedad intelectual, me vería seguramente inclinado a defender mi fuero, claro. Pero la sociedad necesita algo más que constantes batallas por intereses económicos particulares.
Dice Alenjandro Sanz que internautas somos todos y que él no se siente representado por la llamada Asociación de Internautas. Tiene razón, es como si hubiera una asociación de peatones o de hablantes, pongamos por caso. Aunque lo cierto es que los agentes de tráfico no parecerían ser parte de los primeros ni los académicos de la Lengua de los segundos. Porque, en este caso, no se trata tanto de estar representado como de sentirse defendido por unos o por otros.
Puestos a matizar, admirado Alejandro, ¿a quién representa la llamada Coalición de Creadores? Porque creadores somos todos, desde los que inventan desternillantes chistes hasta los que diseñan escaparates, los blogueros que te hablamos, los ingenieros, los dentistas y en general, cualquiera cuyo ingenio trasciende y se convierte en utilidad para otros. Tu música es grande. Muchos participaron en el proceso creativo de tus éxitos. ¿Fueron todos ellos beneficiarios de los derechos que tanto defiendes?
Aquí se dilucida el futuro de un negocio basado en la capacidad para intervenir la difusión y la copia de las sustancias digitales del conocimiento. Un enorme negocio que poco o nada tiene que ver con los principios que dice promover. Admitamos que tenemos un problema difícil. Pero no juguemos más con los tópicos que nos convienen en cada momento. ¿”Dictadura de los Señores de la Red”, dices, Alejandro? Una simplificación así evidencia, siento decirlo, escasa creatividad.
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