Un nuevo golpe de mano a la sociedad de la información bajo el sugestivo nombre de “nube”
La última propuesta que intenta imponernos el frente mundial de negocios de Internet, esa amalgama heterogénea de multinacionales de software, hardware, contenidos y telecomunicaciones, se llama Cloud Computing.
Se trata de un nuevo número de ilusionismo cuyo truco, como en la magia de los escenarios, queda hábilmente escondido tras el secreto profesional. La llamada “cloud” o “nube” no es otra cosa que un nueva palabra con vocación de nuevo gran tótem. Con ella se aspira a visualizar una nueva manera de concebir la relación que cada uno de nosotros tiene con Internet y con la informática en general.
Con la excusa, todo reclamo se viste siempre de una bella excusa, de liberarnos del tedioso manejo de nuestras herramientas informáticas y del pesado fardo de nuestra creciente información personal, se nos invita a abrazar este nuevo paradigma. Por un lado, podremos olvidarnos de adquirir e instalar programas de cualquier tipo, para utilizar sólo los que se ponen a nuestra disposición en los servidores web y, por otro, podremos almacenar todos nuestros datos y archivos en los “discretos” almacenes virtuales de Internet que se nos brindan.
El resultado de esa transformación que se pretende universalizar, es un mundo donde el usuario tendría aparatitos más bien tontos, aunque seguramente se llamasen “smart”, vacíos en comparación con los actuales, en los que no habría apenas software ni datos, sino sólo un potente método de comunicación con la red y toda clase de facilidades, eso sí, para suscribirse a un verdadero torrente de servicios de pago.
Los “angelitos” que nos llaman, inocentes, desde la “nube”, no tienen ninguna intención más que ayudarnos, no pensemos mal. Pero es extraño que nos ofrezcan esa “ayuda” justamente cuando la tecnología pone a nuestra disposición la máxima portabilidad y potencia, en el mínimo espacio, por el mínimo precio, es decir, la posibilidad real de satisfacer fácil y económicamente todas nuestras necesidades informáticas y de llevar con nosotros toda nuestra información personal y sensible. Se nos dice que olvidemos la incómoda gestión de nuestros asuntos, de nuestra creatividad, de nuestros recuerdos, que ellos se encargan. El ordenador, tal como lo conocemos, no tendrá sentido y bastará con que nuestros terminales sean bonitos y baratos. Todo estará ya, y todo se realizará en Internet, en la “nube”. Pero ¿qué se esconde tras este derroche de generosidad?
Pues unas cuantas ventajas para los promotores de la Cloud Computing que, además, les permiten conjurar definitivamente viejos obstáculos a su ingente negocio. Para empezar, la “nube” supondrá el fin de la piratería de software, porque si nuestros nuevos pseudo ordenadores no están hechos para albergar y procesar software, sólo podremos manipular y procesar nuestros datos mediante el pago de la suscripción correspondiente. De paso, acabaremos pagando mucho más que ahora por un programa que usemos frecuentemente. Además, la explotación sistemática del simple acceso a “nuestros” almacenes de datos, se convertirá en un nuevo modelo de negocio, prácticamente ilimitado.
El aparato publicitario mundial hará de nuestros datos el objeto de tráfico más deseado. Pero no seremos nosotros quienes se beneficien de ello, naturalmente.
A todo ello hay que añadir que la información almacenada en los servidores sobre nuestros hábitos de vida y consumo crecerá y se afinará hasta convertirse en una perfecta radiografía de nuestra personalidad. Además del altísimo riesgo de asalto, más o menos accidental, a nuestra privacidad y del hecho de delegar completamente la protección de nuestra intimidad, el aparato publicitario mundial hará de nuestros datos el objeto de tráfico más deseado. Pero no seremos nosotros quienes se beneficien de ello, naturalmente. Será difícil negarse a que nuestros angelicales servidores nos compren nuestra autorización para comerciar con ellos a cambio de nuevos modelitos de móvil (o comoquiera que acaben llamándose) y toda suerte de descuentos, regalos y promociones. Algo así como “pague menos por lo que antes no pagaba, a cambio de ceder lo que antes era suyo”.
Richard Stallman, fundador de GNU, un bastión del software libre, es un ejemplo de esas solitarias voces discordantes que se oyen en un mar de sumisión inconsciente. Sobre la Cloud Computing advierte:
“Es una estupidez. Es peor que una estupidez: es una gran campaña de marketing”
Richard Stallman
Nunca debieron nuestras sociedades dar la espalda al diseño de Internet. No me refiero a impedir la libertad plena de comunicación y tráfico, sino todo lo contrario. Para aprovechar las inmensas posibilidades de la red y, al mismo tiempo, servirnos de ellas para un verdadero paso adelante en nuestra civilización, no debimos consentir que nadie, de modo particular, se adueñara de los canales de conexión a Internet, ni de sus recursos de comunicación. La auténtica libertad es la que abre las puertas al libre intercambio de los contenidos, sin pagar para ello derechos de paso privados que se han acabado por convertir en las llaves para controlar todo lo que tenga que ver con la nueva sociedad en red. Pero hace décadas que la clase política, los periodistas y los ciudadanos, en general, apenas hacemos nada más que seguir sumisamente la zanahoria que nos ponen delante quienes tienen esas llaves. Los que las manejan deciden lo que nos cuentan y cómo nos lo cuentan. Ahora han decidido que estemos, más aún si cabe, “en las nubes”. Pero cuidado, esta vez son nubes tóxicas.
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