232 años después de que el escocés hiciera su propuesta, seguimos sin probar el liberalismo en el mercado, aunque el poder financiero y político dice defenderlo
Liberalismo, esa es la receta, dicen los que se dicen liberales, presumiendo de defender el derecho a la libertad individual hasta sus últimas consecuencias. Aparentemente, no hay alternativas. Tanto los llamados neoliberales como los autoproclamados liberales puros, están de acuerdo en lo esencial. Si el mercado funciona libremente, la riqueza crecerá y las oportunidades se multiplicarán para todos, la producción y los precios se autoregularán y la competencia destilará la oferta y la demanada hasta su perfección. El progreso estará asegurado. A mayor gloria de Adam Smith, padre del invento.
Es una verdadera lástima que, sin embargo, no se haya probado jamás. Sí, estamos a la espera de probar el liberalismo, aunque parezca extraño. Adam Smith se equivocó al creer en la viabilidad práctica de sus propuestas, puesto que, como se ha demostrado, pero él todavía ignoraba, los que debieran velar por la perfección del mercado, sólo puden velar por su imperfección, atenazados por una “mano invisible” mucho más eficaz que la suya, que sólo actúa por propio interés.
Los poderes de los estados, señalados por Smith como garantes de la libertad mercantil, están hipotecados ante los oligopolios financieros, dueños, a su vez, de recursos gigantescos que condicionan la macroeconomía y, con ella, la supervivencia de los propios gobiernos. Lógicamente, la estratergia de estos grupos es la de mantener el statu quo para aumentar su poder y su influencia. Para ello esta enorme concentración de capital se retroalimenta mediante el control total de la comunicación pública. Se ha convertido en incontestable la práctica más antiliberal de la sociedad moderna: la publicidad, espacio público al servicio de la persuasión de masas subastado al mejor postor. No existe alternativa equiparable para quien no pueda pujar. Da igual que tenga una oferta interesante o innovadora.
Si la información, comercial o de cualquier índole, no puede circular con un mínimo de garantías de equidad, no hay verdadera competencia ni ventaja alguna en el sistema, puesto que el mercado no puede actuar con libertad. Sería muy útil que Adam Smith pudiera poner los puntos sobre las íes a todos los que se tienen por sus herederos intelectuales. No sé cómo se tomaría esa norma, tan compartida, de que quien más paga, más se hace oír y, a golpe de codazos mediáticos, más puede apartar del altavoz público a los demás. ¿Es esa la libertad de información que su teoría reclamaba como imprescindible para el sistema?
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