Tras el hábito creciente, aparentemente inocuo, de referirse a las encuestas de manera simplificada, se consolida una visión totalitaria de la democracia.
Una vez más, encontramos un titular destacado en la prensa donde, al hilo de una encuesta o de un recuento electoral, se adjudica el cómputo resultante a un pensamiento colectivo inexistente. La redacción de El País, a través de lo que expresa su titular, que “los españoles” rechazan el velo pero no el crucifijo, simplifica peligrosamente los fundamentos de la democracia representativa, o sea, su inherente pluralidad de opiniones.
La mayoría de los españoles rechazan el velo, mientras que una minoría lo aceptan. Esta es una afirmación mucho más democrática ya que no ningunea a las minorías. Por otra parte, si seguimos el mal hábito de tratar un colectivo de individuos como a uno solo podríamos caer en situaciones surrealistas. Supongamos que en otra publicación elevaran esta simplificación al ámbito europeo. Si la mayoría de ciudadanos comunitarios consultados aceptase el uso de velo, aunque la mayoría de españoles no lo hiciera, titularíamos “los europeos rechazan el velo…”
La democracia exige un escrupuloso respeto a la minoría, cuyos derechos son los mismos que los de la mayoría.
No. No son admisibles estas simplificaciones, por muy habituales que sean. La representación de la minoría es básico en nuestro sistema. Si no fuera así, no necesitaríamos parlamento. Una buena noticia para mejorar las cuentas públicas, desde luego, pero una aberración para nuestros logros políticos más queridos. Si, por ejemplo, en las próximas elecciones españolas, el PSOE no obtuviera votos suficientes para formar gobierno, hemos de esperar titulares del tipo “los españoles castigan al PSOE por…”, cuando, en realidad, sólo una pequeña parte de ellos, los que hayan cambiado su voto, puedan haberlo hecho. Es muy frecuente, entre la clase política, afirmar que los españoles expresaron en las urnas tal o cual cosa o que han tomado nota del mensaje popular. Pero ¿quién es ese individuo llamado “los españoles”?
Bastan ya con las muchas y poderosas fuerzas que, en nuestra sociedad mediática, homogeneizan, uniforman y aunan ideas, modas y modos. No hacen falta ayudas extra para, además, convertir la democracia representativa en una mera pugna por hacerse con el cetro del poder. Pueden valer estos reduccionismos para dilucidar quién es el campeón de una competición donde el vencedor ostenta el derecho a sentirse como tal y los otros quedarán fuera del reconocimiento que, quizá, merecieran.
La democracia exige un escrupuloso respeto a la minoría, cuyos derechos son los mismos que los de la mayoría. Porque cada individuo ha de estar representado y no ignorado. Quien entienda el régimen parlamentario como la dictadura de la mayoría es que, probablemente, no es demócrata.
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