Capítulo V
Pocas semanas después, el rey recibía de nuevo a los dueños de la Olla Mágica, quienes le presentaron una humeante marmita sobre una gran mesa dispuesta a tal efcto ante el trono.
A una señal del soberano, un criado se acercó a la marmita y, con la pericia propia de su oficio, pues era el catador del rey, extrajo una cucharada de sopa que, a estas alturas, ya había dejado su cautivador aroma en la sala. La cató muy despacio, cerrando los ojos para concentrase mejor. Acostumbrado a probar alimentos de toda clase y origen, no pudo evitar una exclamación de placer, impropia de su grave misión, la de salvaguardar al rey de un posible envenenamiento. Éste, impaciente al ver la cara de su catador, le urgió a que le sirviera un plato bien colmado.
Mientras el rey comía la sopa, nadie se movió. Todos fijaban su atención en el monarca, quien nunca antes había comido en el salón de audiencias, lo que redoblaba la curiosidad de los presentes por el asunto.
– Deliciosa, realmente exquisita, os felicito – dijo el rey, relamiéndose aún – Quiero que le expliquéis inmediatamente la receta de esta sopa al cocinero real, o mejor – interrumpiéndose, dió una palmada y añadió – !que le hagan venir! Quiero asegurarme personalmente de que no pierda detalle.
Orial y Edith, orgullosamente satisfechos y sonrientes tras las alabanzas del rey, torcieron un poco el gesto, sin embargo, ante la nueva perspectiva, aunque por fortuna nadie llegó a percatarse. El cocinero apareció en la sala apenas unos instante después, un tanto confundido, y se inclinó ante el rey.
– Os presento a mi cocinero – dijo el soberano, dirigiéndose a la pareja – no os demoréis en darle todas las instrucciones necesarias para que, en adelante, pueda cocinar para mí una sopa tan deliciosa como ésta.
– Pero señor, será difícil que pueda igualar a ésta que habéis probado -dijo Orial, nervioso – Habéis de considerar que es una receta muy complicada.
– Tanto mejor – repuso el rey- una receta demasiado simple sería indigna de un menú real y, por otra parte, habéis de saber que mis cocineros son, con mucho, los mejores del país.
– Pero los ingredientes… – comenzó, nerviosa, Edith –
– Los ingredientes, los ingredientes… – se impacientó el rey – Haré que os traigan cuanto necesitéis, por exótico que sea. No se hable más. Si queréis que os ayude, acudid sin más reparos a la cocina. Cuando hayáis concluido vuestra lección culinaria, presentaos ante mí. Consideraré entonces vuestras demandas.
Continúa en La Olla Mágica VI
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