Barack Obama hace política de forma insólita, sin hacer cuentas electorales. Numerosas voces le acusan, paradójicamente, de populista.
Hasta la prensa más partidaria se ha tentado la ropa, mitad escandalizados, mitad descolocados, al ver que el presidente de EEUU se atreve a desafiar, en lenguaje llano, llanísimo, al lobo de los lobbies, nada menos que la gran banca de inversión. La economía, la gran excusa de tantas injusticias, es una gran telaraña donde los políticos han sido atrapados hace décadas, incapaces de hacer frente a sus aspiraciones electorales sin el amparo del poder financiero. Pero Obama, por fortuna, parece querer ignorarlo.
Un gran estremecimiento ha recorrido la espina dorsal del stablishment económico. Quizá para éste sea un signo de alarma, pero para el mundo quizá sea una luz en la oscuridad. La política levanta la cabeza ante el dinero.
La izquierda europea, antaño la gran esperanza tras la decepción estalinista, fue paulatinamente disuelta en su propia impotencia frente a los eficaces empujones del conglomerado liberal-financiero, como todos los demás. Ya nadie osaba poner en tela de juicio la ambición sin límite de los grandes señores de la economía, reconocidos como auténticos mecenas del progreso. Parecía que la crisis mundial cambiaría las reglas de juego pero tras los primeros momentos de alarma y temor, cuando se alzaron voces que anunciaban grandes cambios, las oleaginosas aguas del flujo financiero habitual van volviendo a sus cauces de siempre: especulación sin medida con el ahorro de la gente, escandalosas remuneraciones del poder financiero, una mezcla explosiva de riesgo y ambición que vuelve por sus fueros.
Nada menos que el presidente del país que más ingenieros financieros ha dado al mundo, el país de la religión neoliberal, acaba de decir a los bancos que si quieren guerra la tendránn, pero que no consentirá que repitan los abusos del pasado. Un gran estremecimiento ha recorrido la espina dorsal del stablishment económico. Quizá para éste sea un signo de alarma, pero quizá sea una luz en la oscuridad. La política levanta la cabeza ante el dinero. Es una pena que el aplauso no sea cerrado. Hay que apoyar a quien, sin necesitarlo, ejerce de político con actitud verdaderamente política, al margen de sofisticados cálculos de oportunidad y conveniencia. Ya casi se nos había olvidado que nuestros representantes están para hacer eso y que, además, pueden y deben hacerlo.
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