Vale que todos sabemos que no se trata de tipos malencarados, armados hasta los dientes, que esgrimen un amenazador garfio en sus muñones. Vale que está claro que no gritan “¡al abordaje!”, para rebanar los cuellos de quien se oponga a sus insaciables ansias de botín. Pero entonces, ¿por qué “piratas”? ¿Por qué no “pícaros”, o “golfos”, puestos a jugar a los Alatriste?
Si hablamos de los piratas, digamos, postrománticos, eran, hasta el advenimiento del top-manta, peligrosos individuos que forzaban un pasaje, generalmente aéreo, para alterar su destino o, aún peor, para servirse con crueldad de rehenes indefensos. Muy recientemente se ha desatado de nuevo la piratería marítima como una dramática amenaza sobre el tráfico marítimo del Océano Índico. Antes de que el secuestro marítimo renaciera y cuando el término pirata parecía dormir entre las páginas de los diccionarios, emerge una nueva licencia de uso para esta palabra. El honorable Diccionario de la RAE recoge, desde no hace mucho tiempo, la singular acepción mantera referida a los que copian ilegalmente obras musicales o de otra índole. ¿Por qué?
Debe ser duro que a uno le toque, en la rifa incontestable de adjetivos que la sociedad refrenda cada día, alguno de estos curiosos reciclajes de términos malditos. Cuánto hemos de agradecer los que cruzamos la calle, de cuando en cuando, por donde no debemos, que no nos presenten como “salteadores de caminos”, o aquellos que sufren por sudar más de lo deseable, por no llamarse “apestados”. O quienes ostentan accionariados mayoritarios, por no ser conocidos como “tiranos”. Cuántos “bastardos”, “brujos”, “traidores” o “usureros” se alegran, en silencio, porque a ellos no les ha tocado.
¿Y qué tal un buzón de sugerencias? Quizá nos sorprendiera el ingenio popular con propuestas como llamar “asesinos” a quienes ahorran a costa del medio ambiente, o “putas” a las guapas estrellas que triunfan sólo por su extraordinaria belleza. ¿Qué tal llamar “corruptor de menores”a quien abusa de la ignorancia del consumidor infantil? ¿Y “mentirosos” a los anunciantes? Aunque se nos llene románticamente la boca cuando decimos “piratas”, no debemos olvidar que hablamos de gente que, como tantos, luchan por arañar el gran pastel del que viven muy bien un grupo reducido de ejecutivos y un número escandalosamente pequeño de verdaderos creadores de arte. De una cosa no hay duda. Quién tenga el cofre del botín es el verdadero pirata
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