El culto al crecimiento, parte indiscutible de la cultura de nuestra civilización es la principal causa del desastre ambiental y el mayor enemigo de una economía sostenible.
La crisis mundial logra una disminución récord en la emisión de CO2, gracias al frenazo en el crecimiento.
La Agencia Internacional de la Energía (IEA) acaba de comunicar que la emisión mundial de CO2 a la atmósfera ha disminuido en un 3% durante el año 2009, como consecuencia del parón de la actividad económica. Se trata de la disminución más abrupta desde hace 40 años.
Pese a las reiteradas advertencias acerca de la urgente necesidad de frenar las emisiones de gases de efecto invernadero, sólo el involuntario frenazo que ha sufrido el crecimiento económico mundial ha logrado incidir positivamente y de manera significativa sobre el problema.
La sostenibilidad, un concepto del que, poco a poco, se han ido apropiando todos los discursos políticos y económicos, no pasa de ser una es una marca de moda que remite a un mundo ecológicamente equilibrado y, por tanto, deseable. Un buen ejemplo de esta tendencia “verdemagógica” es la reiterada apelación del gobierno español actual de Rodríguez Zapatero a una supuesta puesta en marcha de nuevo modelo productivo basado en el respeto a la sostenibilidad.
Pero no basta con declarar con estrépito amor incondicional a la sostenibilidad para demostrar una actitud sincera. No, si al mismo tiempo se muestra gran preocupación por recuperar las tasas perdidas de aumento del PIB. No, si se arbitran medidas urgentes para devolver al auge sostenido de, por ejemplo, las ventas de automóviles, ahora paralizado. No, si se habla de recuperación económica cuando las tasas de crecimiento anunciadas por el FMI vuelven a ser positivas.
Es paradójico que los llamados “brotes verdes”, esos discutidos síntomas que apuntan tímidamente al fin de la crisis, consistan en indicadores del reinicio del crecimiento, lo más alejado de lo “verde” que tenemos entre nuestro grandes amores. Definitivamente, hay amores que matan.
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