Un vendedor de La Farola no deja de cantar. Puede dejarte atónito porque quizá todo sea mentira
Mientras los líderes políticos del mundo se reúnen una y otra vez para paliar el desastre de la economía mundial. Mientras nuestro Rajoy aguijonea a nuestro Zapatero con monótonas alusiones a su incapacidad para sacarnos del agujero, del abismo económico por el que se precipitan miles de empleos diarios. Mientras todos mostramos nuestra frustración porque hemos dejado de aumentar nuestro bienestar, un inmigrante subsahariano, de esos que en España ocupan el último, el más bajo de los escalones sociales, canta reggae mientras intenta vender “La Farola“.
“La Farola” es ese periódico que nadie lee porque, dicen, es solo la coartada para pedir limosna sin resultar humillado. Se compra con una sonrisa de complicidad, porque parece que muchos prefieren que los que no tienen nada no dejen de parecerlo. Da igual que “La Farola” sea una publicación más que digna, que no recibe ni un duro de publicidad, nacida de la decencia, por encima de las posibles debilidades de su fundador George Mathis, a imagen de otros diarios de los “sin techo”, idea iniciada por el neoyorquino “Street News“.
Vender estos periódicos es y será, reconocerse ante los demás como un indigente, como un necesitado extremo. Los que lo hacen mascullan algunas tímidas palabras, los que tienen ánimo para hacerlo, para llamar la atención de los transeúntes y despertar su sentido de la compasión, ya que nadie mostrará interés en su mercancía.
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Eso de pobre lo que se dice pobre no lo es mucho porque cuando no canta está hablando por el movil!!!, y le puedo asegurar que más de lo que hablo yo porque a mi no me alcanza a pagar todo lo que habla el.
Que sea lícito si pero antes se lo doy a otros que de veras lo necesitan