Sin darnos cuenta, las llamadas redes sociales pueden estar comiéndose Internet, bit a bit. Por alguna misteriosa razón, los internautas se aglomeran a la entrada de estos nuevos guetos que compiten por controlar el mayor número de perfiles personales.
Los reiterados intentos por agrupar las audiencias de Internet en grandes portales de acceso con el fin de que el mercado publicitario no se resintiera de la atomización y disolución de la televisión de masas, en el magma de intercomunicaciones que es Internet, han fracasado hasta ahora.
Los portales Yahoo, Terra, AOL, Lycos, MSN o los hispanos EresMas, Ya.com, Hispavista, Ozú o Portalmix, algunos en decadencia, otros ya desaparecidos, son sólo algunos ejemplos de una carrera desenfrenada, emprendida en la segunda mitad de los años noventa, para hacerse con grandes cuotas de usuarios de Internet, ofrecidas como audiencias para la acción publicitaria, en sustitución de los menguantes telespectadores.
Los destinatarios de estos intentos siempre han sido los más jóvenes internautas, supuestamente más vulnerables al seductor reclamo de unos y otros. Cierto o no, no consiguieron su propósito, pese a presentarse como amigables comunidades y como la única forma de navegar rica en protección y en herramientas, multimedia, antivirus y capacidad de búsqueda, fundamentalmente. ¿Qué pasó? Que Google arrasó, con su gratuita y limpia oferta de simple ayuda a la búsqueda, sin pretensión alguna de tutela del navegante y con el añadido en su haber de no representar a ninguna gran empresa pre existente.
Pese a que Google, como cabía esperar, ha acabado por explotar publicitariamente su inmensa base de datos, lo ha hecho de la manera menos intrusiva de entra las que proliferan en la red, consciente del peligro de acosar a sus usuarios. No obstante, aún confiaríamos más en su futuro, si el servicio inestimable de Google fuera estrictamente público. Curiosamente, su carácter, prácticamente monopolístico, fruto de su gigantesco éxito, ha hecho de este servicio algo transparente y lo ha dejado a salvo, de momento, de las muchas amenazas de cambio de liderazgo que suelen agitar Internet.
Todo estaba tranquilo hasta la llegada de la nueva generación de emprendedores, surgidos del anonimato, gente muy joven que creía inventar algo tan nuevo que se ha llegado a llamar Web 2.0. Bajo el melifluo y correcto nombre de “redes sociales”, fueron apareciendo Facebook, MySpace, Tuenti, Twitter, Hi5, Bebo y otros artefactos parecidos. Su crecimiento ha sido espectacular. Muchos jóvenes, ávidos de pertenencia a tribus diversas, seducidos de nuevo por la gratuidad y por unas inteligentes herramientas de software, capaces de darles un escaparate multimedia propio y una eficaz intercomunicación se han dejado captar con entusiasmo. Además, los nuevos clubs no pertenecen a rancias y caducas multinacionales.
No ha pasado mucho tiempo sin que veamos a estos engendros competir ferozmente por consolidarse como modelo para el aparato publicitario. Otra vez la lucha por acumular audiencias. La privacidad continúa siendo lentamente erosionada en aras del mercado. Mientras tanto, la buena marcha de una red universal va siendo frenada de nuevo.
Si no estás en una red social, no estás realmente en la red, cantan los habituales trovadores de las modas. Pero si estás en una red social, tampoco. Porque no puedes estár en todas. Y porque dejas de ser tú, con tu propia dirección, tu propia imagen y tu mayor o menor disposición a interaccionar con los demás, para ser una personalidad ficticiamente enriquecida y uniformada.
Porque la red social, adornada de mil recursos para el disfrute comunitario, está siempre cercada por la alambrada del amo, la misma red social.
Estamos reduciendo millones de direcciones individuales a un puñado, haciendo de Internet un pequeño grupo de inmensos rebaños. Los foros están anticuados y son feos. El email está muy visto y no es instantáneo. Los blogs ya no son suficiente. Tener una web propia con sitio suficiente para colgar abundante material multimedia y poderlo compartir es caro y complicado. Estos son los desafíos legítimos de la Web 2.0. Pero tenemos que resolverlos en una red abierta, única y universal.
Cerca de un 15% de internautas en el mundo pertenecen ya a alguna de estas nuevas redes. Quizá sea tarde para convencerles de que son ellos, de que deben ser ellos los únicos dueños de sus personalidades. Quizá sea tarde para reclamar a los estados servicios gratuitos que estén a la altura de la demanda real. Más vale que no.
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