El Congreso Nacional de Medio Ambiente, un foro donde confluyen los que no tienen nada que perder con los que tienen miedo a perderlo todo. Condenados a entenderse en tiempos turbulentos, oenegés, grandes empresas y administraciones públicas compiten por ser escuchados.
La crisis económica, las verdulerías de los últimos días intercambiadas por los partidos mayoritarios y por desgracia, la última maldita acción de ETA, mantienen oculto el hondo asunto de la salud planetaria y la sostenibilidad de nuestro modo de vida. En el flamante Palacio Municipal de Congresos que el Ayuntamiento de Madrid tiene junto al complejo ferial del Campo de las Naciones, se celebra estos días un congreso que, pese a ser ninguneado por casi todos los medios, tiene su enjundia.
Más de 120 actividades, entre debates, mesas redondas, jornadas técnicas y otros grupos de trabajo, todos dedicados al medio ambiente bajo un lema que, como todos los lemas, corre el riesgo de no ser más que un lema: “el reto es actuar“.
Además de las sesiones propias del congreso, se han levantado 82 stands expositivos de otras tantas entidades. Lamentablemente, saltan a la vista del visitante tres categorías bien diferenciadas de expositores. En la parte central y más luminosa del recinto se reparten el espacio disponible, con montajes caros de cuidado diseño, las dos primeras de ellas, por un lado las administraciones autonómicas en su habitual ejercicio de autobombo y propaganda y por otro las grandes corporaciones energéticas y de obra civil, haciendo alarde de su inverosimil vocación ecologista.
En el espacio lateral y más apartado del edificio, la tercera clase, una sucesión de modestísimos y dignos stands, los más pequeños de poco más de 10 metros cuadrados que alojan a las organizaciones no lucrativas dedicadas al medio ambiente, además de algún modesto comerciante de productos verdes.Los visitantes y los asistentes a los distintos actos también se mueven como pequeños enjambres que no se pueden mezclar entre sí. Siempre en las primeras filas y en los eventos mediáticos, el de políticos y altos ejecutivos empresariales, juntos aunque no revueltos, hombres con pulcrísima corbata, saludos efusivos, y teléfono móvil a punto de hervir, en compañía de mujeres de edad ideal, traje de chaqueta chic y peluquería irreprochable. Mucho más dispersos y heterogéneos pero apenas visibles ante las candilejas, científicos, naturalistas, ingenieros ambientales, ecologistas y otros protagonistas que no acaban de reconocer del todo este congreso como el suyo. Y por fin, siempre agrupados, ocupando las filas traseras de los salones de actos o deambulando cargados de bolsas y folletos, ilusionados y perplejos estudiantes, jóvenes entusiastas de los lemas del congreso.
Ya durante el acto inaugural, las tres “ministras” de medio ambiente, Ana Botella por el Ayuntamiento anfitrión, Isabel Mariño, por la Comunidad de Madrid y Elena Espinosa, por el Gobierno español – las tres en la imagen, acompañadas de Abel Caballero -, representaron a su grupo tribal dando ejemplo de cómo dormir al personal de par de mañana con un breve discurso lleno de tópicos. Ana Botella, para enmendarlo, acabaría por mostrarse tan llamativa como siempre, haciendo afirmaciones como que la Tierra “debe estar al servicio del ser humano”.
Afortunadamente, el acto tuvo también sus luces como la intervención de Victor Viñuales, quien reclamó que se supere de una vez la rivalidad intelectual de políticos, ecologistas y empresarios. Les pidió un recíproco reconocimiento como necesarios colaboradores para acciones graves y drásticas, acordes con la gravedad y profundidad de la emergencia climática y de sostenibilidad. Tal como se ha hecho, en muy poco tiempo, por la crisis económica mundial. La pregunta queda en el aire. ¿Cuále es la más grave de las dos urgencias? Sin dudar, yo digo que la primera.
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